Ella enamoró al General Lavalle

El General Juan Galo Lavalle pasó a la historia fundamentalmente como verdugo, aunque pocos saben que tras hacer fusilar a Dorrego, sólo llegaron días de dolor y derrota. Su conciencia no lo dejó en paz. Decía tener un "cáncer que lo carcomía" -era ese el nivel de arrepentimiento- y al morir, su cadáver fue hallado con una sonrisa, al fin libre de tanto pesar, al fin libre del fantasma de Dorrego.

Aun así su vida halló un bálsamo en las tiernas manos de una mendocina, su esposa, a quien conoció en vísperas de la Libertad. En 1816 nuestro protagonista era un joven granadero que llegó a Mendoza para incorporarse al ejército de San Martín. Conoció entonces a Dolores Correa, una dulce muchacha perteneciente a la oligarquía local. Se enamoraron de inmediato, pero se casarían recién ocho años más tarde. Era tiempo de liberar América.

Nuestras cumbres abrieron paso a Lavalle para destacar en Chacabuco y ser ascendido Capitán, luego vendrían Maipú entre otras y numerosas condecoraciones. Ya experimentado formó parte de las operaciones en el Perú. Un distanciamiento irreconciliable con Bolívar lo llevó de regreso a Argentina. Se había quedado aun cuando San Martín ya no estaba, pero la situación llegó a ser insoportable dado el carácter de Don Simón y su marcada hostilidad hacia los argentinos.

Regresó a Mendoza en 1824 donde -casi una década más tarde- aun lo esperaba Dolores. Se casaron y juntos partieron hacia Buenos Aires. Luego vendría el triste fusilamiento y años de exilio en Ururuay. Mucho después, en 1839 encontramos a Juan Galo encabezando un contingente que partía del país vecino para enfrentar a Rosas. Esto significó abandonar nuevamente a su esposa.

Dolores Correa -definida por Pastor Obligado como la "hermosa mendocina"-, de abundante cabellera negra, semblante delicado y dulzura en el trato, tuvo una vida triste. Desde que conoció a Lavalle su destino fue esperarlo.

Tantas temporadas expectante y preocupada hicieron de ella un ser melancólico, que -según las crónicas- era incapaz de sonreír. Y aunque su marido prefirió siempre a la Patria y  en campaña no tuvo reparo en tomar amantes, inferimos por sus cartas un amor profundo.

Recientemente tuve la oportunidad de acceder a las mismas en el Archivo Histórico de la Nación Argentina, pues Dolores las atesoró en vida y una de las hijas de la pareja las donó a todos los argentinos. Cada una es exquisita, la sensibilidad de la que era capaz un hombre con cicatrices de tantas batallas conmueve.

Juntos tuvieron cuatro hijos: Hortensia, Augusto, Juan y Dolores. Descriptos por Mariquita Sánchez como cuatro bellos ángeles. Aquél día  de 1839 dejarlos fue difícil y desde el barco, Juan Galo, escribió la siguiente nota a su mujer:

"Vos eres el objeto y la causa de una multitud de pensamientos que me ocupan. El público me consideraría un hombre extraordinario si leyera en mi corazón y supiera el zenit de mi ambición de vivir tranquilo con vos y mis adoradas criaturas. Es preciso apartar los sentimientos tiernos. Voy, mi vida, a una gran empresa con un puñado de hombres, y no desconfío enteramente del éxito. Si derribo al tirano, entonces te juro prepárate días felices y una vida dulce y apacible. Vos y la patria, ocupan mi memoria siempre. Adiós mi vida"

Nunca más volverían a verse. En una de las últimas cartas carta del general leemos "mis cenizas te abrazarán", quería que los sepultaran juntos. Cuando en 1872 "la mendocina" falleció, Dolores Lavalle cumplió el deseo de su padre y desde 1926 los acompaña, descansando los tres en la misma tumba de la Recoleta.

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