El miedo y la esperanza

La inversión discursiva que se dio en el curso de la última campaña electoral fue un notable fenómeno que merecerá seguramente un análisis pormenorizado.

La campaña inició con los estados de ánimo bien polarizados. En la oposición dominaba el miedo y el rechazo a un kirchner-cristinismo que parecía estar en condiciones de eternizarse en el poder. La candidatura oficialista, por su parte, desbordaba mensajes de positividad, alegría y esperanza.

Los principales candidatos privilegiaban el discurso asertivo y optimista, pero el humor que dominaba en cada sector componía un vivo contraste.

Todo cambió después de la primera vuelta. El oficialismo cayó en la cuenta de que sólo un volantazo en el discurso podía otorgarle la mayoría que se le había escapado ese domingo. Por su parte la coalición opositora advirtió que había ganado la iniciativa para imponer el tono de la campaña.

El clima de los respectivos electorados también cambió. Mientras la oposición rezumaba optimismo y esa alegría que proviene de la esperanza en el cambio, los simpatizantes del oficialismo fueron cayendo en el desánimo ante la expectativa, hasta ese momento lejana, de la derrota.

Los publicistas al servicio de la fórmula Scioli-Zannini dejaron de lado los mensajes optimistas y positivos y se concentraron en una auténtica campaña del terror. Se advirtió a cada uno de los sectores de la sociedad argentina que estaban en peligro las conquistas de la llamada “década ganada”.

El cambio de estrategia fue un acierto comunicativo. El miedo cundió por la sociedad argentina, sembrado eficazmente por el monumental aparato de comunicación gubernamental. Pero sólo alcanzó para reforzar el mérito del triunfo opositor.

La campaña del miedo tomó como objetivo las universidades nacionales y los organismos de investigación. A tal efecto, partieron emisarios ministeriales a cada rincón del imperio con su mensaje de alarma y pavor. Consiguió su propósito. Directivos, investigadores, profesores y alumnos se prepararon para la destrucción del sistema de educación superior, ciencia y técnica en caso de que Macri ganara el balotaje.

El discurso proselitista que Daniel Filmus, en su condición de futuro ministro de Ciencia y Técnica de Scioli, dirigiera a la comunidad de investigadores y académicos de esta ciudad destacó por su tono mesurado y prudente. Se cuidó de agitar el espantajo de la liquidación y el ajuste. En su lugar exhortó no a temer por los puestos de trabajo sino por el tipo de investigación científica que se haría en caso de que ganaran los perversos. Filmus respetó la inteligencia del auditorio, aunque el “trabajo sucio” ya lo habían hecho otros.

Podría pensarse que las universidades, centros superiores de conocimiento, advirtieran con peculiar sentido crítico lo que se estaba avecinando. En lo personal, soy escéptico en torno a que la universidad en general -y la universidad argentina en particular- pueda presumir de esa “lucidez institucional” que se le atribuye.

Una cosa es la lucidez de los universitarios y otra la de las universidades, que no se destacan por ser la vanguardia de la conciencia crítica. Hay buenas muestras de lo contrario: también en los claustros universitarios se originó la regresión más brutal de la historia política argentina reciente.

El temor en las universidades nacionales se debió en realidad a otro factor: el sentido de relación transaccional que posee la clase media, que sabe que por todo beneficio que recibe se le exige algo a cambio. Ese beneficio no tenía que ver con un proyecto universitario verdaderamente transformador.

Se asume erróneamente que los beneficiarios del populismo kirchnerista fueron exclusivamente las clases bajas. En realidad desarrolló una estructura clientelar policlasista que repartía recursos y facilidades para todos los sectores y muy particularmente para la clase media, en la que estaban incluidos los universitarios.

El kirchnerismo, apoyado en un espectacular período de abundancia de recursos fruto de un inédito ciclo de crecimiento económico internacional, instrumentó un elemental sistema de cooptación y clientelismo masivo: poner dinero en el bolsillo de la gente y estimular el consumo.

Para potenciar este sistema cortoplacista, que generaba una ilusoria y precaria clase media, se sacrificaron obras fundamentales de infraestructura y servicios. Seguimos siendo un país atrasado de primera mitad del siglo XX con (decrecientes) hábitos de consumo del s. XXI.

Los incrementos salariales y la proliferación irracional de universidades dejaron intactos tanto el notorio atraso en el equipamiento de investigación y las prácticas docentes como los deficientes sistemas de selección, ingreso y capacitación profesional. Las universidades de hoy son mucho más ineficaces que hace veinte años.

Lo sorprendente fue que las universidades y los organismos de investigación fueran tan vulnerables a un sistema clientelar tan básico, tan simple. Algo que no habla bien de nuestra necesaria distancia crítica de los encantamientos del poder político.

Rehenes de un mecanismo que socavaba las bases institucionales de su labor profesional, académicos e investigadores compraron sin ningún tipo de reservas el discurso oficialista. Frank Underwood, protagonista de la serie House of Cards, reflexiona sobre la naturaleza del poder: “Eligió el dinero sobre el poder, un error en el que caen casi todos. El dinero es la mansión suntuosa en el barrio pobre que a los diez años empieza a derrumbarse. El poder es la roca antigua que se mantiene por siglos. No puedo respetar a alguien que no ve la diferencia.”

El kirchnerismo mercantilizó la política hasta un grado inédito: eligió el dinero sobre el poder. Esto es algo que se puede observar en el acelerado y probablemente irreversible deterioro que experimenta como fuerza política, después de haber dejado el gobierno y perder el control de las cajas que exprimió a voluntad.

No obstante, la elección parece haber sido la indicada para construir y consolidar su dominio en los ámbitos académicos, en los que supuestamente predominan puntos de vista sofisticados e independencia de criterio. Al final, todos somos -fuimos- planeros.

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