El Flaco

Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Era el año 1970, recién había ocurrido el “Aluvión de las Heladeras” que golpeó a nuestra ciudad capital y desparramó víctimas.  Una mañana entré al Teatro Independencia y me encontré con un tumulto en el escenario. Algo que tenía que ver con el arte estaba ocurriendo allí, pero no distinguí artistas, distinguí personas humildes, de pueblo, gente que nunca se imaginó que podía acceder al escenario más importante de los mendocinos. Me dijeron: "Es el flaco Suárez. Armó una obra de teatro que se llama El Aluvión con la misma gente que lo sufrió, los del barrio Virgen del Valle, donde hubo varias muertes".

Me senté a observar y llegué al embeleso, porque indudablemente era arte, pero un arte que nacía del dolor, de la solidaridad, de las ganas de decir lo ocurrido con aquellos mismos que habían gritado de impotencia. Era arte, pero un arte esencialmente de los de abajo.

Ahí lo descubrí al flaco. Desde entonces nos une una amistad no frecuente pero sí intensa. ¡Qué tipazo, por favor! Wimpi, el gran autor uruguayo, hablaba del “gusano loco”, ese gusano que no siguió el mandato de su grupo, eternamente doblegado por las circunstancias de la naturaleza, y buscó otros caminos, incursionó por otros paisajes. La mayoría de su pueblo de gusanos lo tildó de loco, pero algunos, pocos, se animaron a seguirlo.

Fueron los que iniciaron una nueva época, un nuevo modo de atender la vida. ¡Loor a los gusanos locos! Aquellos que nos hacen crecer, que nos sacan de la monotonía de la rutina, que se ponen a su comunidad en la mochila y la llevan a conocer nuevos paisajes. Gloria a los gusanos locos como Einstein, Ghandi, Mandela, Whitman, Galileo, Da Vinci y tantos otros, gloria al Flaco Suárez.

Porque él nos hizo entender que el arte es, ante todo, una comunión de voluntades, que si bien vale el talento vale, tanto como eso, las ganas de decir, de expresarse, de contagiar sentimientos, de hacernos sentir parte, de hacerle entender al espectador que a pesar de estar abajo del escenario, también está arriba de él, involucrados hasta la medallita con aquellos encargados de la función. Definitivamente el arte es abrazo. Tuvo que irse del país para cumplir con lo que él describe “amargamente sonriente”, como la “beca Videla”, pero allí donde fue siguió siendo, sintiendo y transmitiendo lo mismo. Pueden preguntarle a los artistas de teatro de Ecuador donde dejó una semilla plantada que ahora es un bosque fantástico.

La solidaridad siempre estuvo en sus enseñanzas, es profesor de corazón abierto, siempre le sonrió a la vida y la vida se enamoró de él. La casa del teatro tiene varias habitaciones, pero una con forma del corazón, en ella sueña todos los días el flaco. Y más arriba de la creatividad que lo abunda y lo trasciende, mucho más arriba, está la Libertad. Es un artista de la libertad.

Hace poco tiempo fue justificado con el título de Ciudadano Ilustre de nuestra ciudad. Bien por el municipio que no se olvida que también es tarea de gobierno el reconocimiento. Una vez nos subimos a dúo a un escenario. No sé si fue una función buena, pero para mí fue inolvidable. Hace poco tiempo el cine nacional lo llamó y siguió siendo el flaco en la pantalla, con toda su capacidad pero también con toda su ternura. Pero a él no lo subyugan las fulgurantes luces de las marquesinas, él es de acá, de acá a la vuelta, del baldío, del barrio. El es ese que hace bellamente tangible la palabra “nosotros”.

Surgido de la pobreza, como el Armando, subió los escalones más alto hasta brillar allá arriba, adonde solo llegan los que tienen la sangre de color pueblo, pero jamás se olvidó de la tierra desde donde empezó a subir.

Como dice Serrat: Pero a vos, flaco, ¿quién te quita lo bailado? Y gracias, flaco, por llevarme a bailar.

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