El extraño mundo de Juan

Con pequeños rezagos industriales, el escultor e ilustrador Juan Gavras construye un elenco de personajes fascinantes que nos llevan al encuentro entre hombres-máquinas y a un imaginario original de autómatas con corazón y conciencia.

El extraño mundo de Juan
El extraño mundo de Juan

Busca las palabras precisas, mientras rearma su historia. Cerca de sus criaturas, junto a sus bocetos, Juan Gavras  (30) revisa su carrera encofrada en cajas de herramientas, revistas viejas, afiches, dibujos, garabatos y collages.

Perteneciente a la generación que creció con Robotech, es evidente que no ha perdido la calidad imaginativa de la infancia.

“Dibujé siempre. Pero cuando me encerré en el taller a deshoras fue cuando la cabeza -la idea- hizo masa con el dibujo”. La metáfora eléctrica no es casual. Gavras sabe que detrás de toda creación hay un cableado de estímulos. Más que la chispa de un momento de inspiración, son las conexiones las que importan.

“Me acuerdo de haber pasado por la puerta de la casa de Chipo Céspedes o de Eliana Molinelli, esas casas de artistas donde se veían las esculturas desde afuera. Quería hacer de mi casa un lugar así: misterioso.

También me acuerdo que entonces los pibes del barrio no sabíamos bien de qué iba eso de ser un artista. Nos parecía más bien bohemia. Pero con el tiempo empecé a rescatar eso que la escultura tiene de oficio. Ese encuentro duro y tierno a la vez con un material. Me gusta más hablar del oficio del escultor que del Arte, con mayúscula”.

Por eso, lo que ahora le interesa es restaurar las esculturas de su zona (Godoy Cruz) y conseguir algún espacio que sirva como taller en sentido amplio. “Para trabajar en las restauraciones y, a la vez, para enseñar el oficio a chicos que por ahí no tienen oportunidad de acercarse desde otro lado”.


Un escultor, a deshoras
Antes de que su obra viajara a Corea (y de allí a varias ciudades de Europa), Juan fue un explorador de chacaritas, un buscador de tesoros industriales. Lo sigue siendo. Con esos materiales (chapas, electrodos) forma la estructura de cada obra que luego, con paciencia de costurero, se dedica a "vestir".

“Donde más me divierto es en ese proceso de collage en el que aparece la piel de la obra. A veces uso muchos recortes de revistas de cine viejas, publicidades antiguas, telas, cuero, estampitas, trozos de logos que dejan ver una marca y artefactos como relojitos de presión, carcasas de ventiladores o bocinas ,resortes, vidrios, tuercas, etc.. Estamos traspasados por toda esa resaca industrial, así que , para mí, implica darle un espesor extra, un contexto y una visión crítica”.

Sus primeros personajes estuvieron inspirados en la historieta y en la literatura. Así, hizo su propia versión de “El Eternauta” y de “Rebelión en la granja”. Y una sola persona le compró todas las obras en la primera muestra.

“Para mí fue una sorpresa y un estímulo. Además significó tener algo de plata para poder seguir haciendo”. Y lo que hizo -más y más personajes- llegaron a los ojos de una galería de Buenos Aires para la que hoy envía, mes a mes, un stock.

Esa misma galería (Mundo Nuevo) es la que llevó su trabajo a una megaexposición en Corea. El otro mendocino que integraba la partida era el prestigiosísimo Carlos Alonso.

De allí, la obra comenzó a viajar , a venderse y la galería a pedir más y más.

Pero Juan sabe que los giros son repentinos y raros los mecanismos del éxito. Al año siguiente de la bienal asiática, mientras trabajaba en Buenos Aires como miembro del equipo escenográfico del Teatro Colón,  tuvo que someterse a una operación cerebral.

“Estuve parado casi un año. Fue muy muy difícil, pero tuve gente, en especial una persona que me acompañó. Es como si estuvieras subiendo en un jet y de repente te bajan, tocás fondo.

A veces escucho a Mollo cuando canta ‘me soñé en la oscuridad /me estrellé contra mí ...’ y me digo ‘así fue’”.

Después de la rehabilitación, se negaba a entrar en el taller. Hasta que venció la traba para darse cuenta de que la cabeza y la mano seguían haciendo masa.

Confirmó intuiciones: “Quiero que la obra hable. Que diga cosas. Que pase algo especial con el que la ve. Que el personaje y el comprador se transformen en socios emotivos. Es una invitación a mirarnos como hombres y máquinas, por eso juego mucho con la ironía , con los fetiches de la prosperidad o las evoluciones”.  Detrás de sus criaturas hay, además, un sentido transhumano: la tecnología ensamblándose cada vez más con los cuerpos.

“Humaquinos” es el título que eligió para una muestra de esculturas e ilustraciones donde pone de manifiesto el “ser a partir de la maquina”. Y es el que permite establecer una continuidad estética con la muestra que Mundo Nuevo inaugura ahora: una exposición conjunta en la que participa él otra vez junto a Alonso, Remo Bianchedi, Fernando O´Connor, Renata Schussheim, Ariel de la Vega y Luisa González.

No es extraño, entonces, que Gavras piense a sus personajes como las soluciones de ideas proyectadas a partir de un ingenio mecanizado, “humaquinos” que resuelven provisoriamente nuestros problemas, nos dan otro punto de vista de la vida moderna y, casi con inocencia, una especulación sobre el futuro.

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