El despertar de los críticos

Intelectuales y poder. Se fueron a dormir en un país próspero, feliz, esperanzado, inclusivo y en la senda del progreso. Se levantaron a la mañana siguiente en un país incendiado.

Un día despertaron, sobresaltados, por estridentes gritos de multitudes, o que al menos sonaban a eso. Con la súbita vigilia, se quebró su grato sueño de epopeyas de providenciales paladines patagónicos. El sueño había sido largo, lo que hacía suponer que sus nervios y sus músculos, relajados durante tanto tiempo, tardarían en recobrar su tono y su capacidad de reacción.

Pero no: de inmediato estaban de pie, con la cabeza fresca, los sentidos alerta, tensando los miembros y en disposición al combate más duro. Bueno, el más duro no, más bien el de las ideas, que ocasionalmente se pone espeso.

Mucho por denunciar

Era el regreso de los colosos: parecía que durante el prolongado reposo hubieran ganado fuerzas y están activos como nunca.
La tarea presenta-¿hace falta decirlo?- dimensiones ciclópeas.

Hay mucho que denunciar. La funesta ideología oficial, las siniestras políticas de ajuste, las vinculaciones del Gobierno nacional con los dueños del poder, el turbio pasado de los funcionarios, las relaciones personales con sectores concentrados, las incoherencias y las contradicciones, las falsas promesas, las torpezas de los recién llegados, los gestos, los furcios, las vacilaciones.

Todo es analizado. Todo es sometido a sospecha, crítica, impugnación. Lo que puede ser objeto de sarcasmo pasa al departamento de ocurrencias. Difícil: la izquierda tiende más a la solemnidad y la épica que a la comedia.

Quienes votaron por el cambio, en noviembre de 2015, pensaron que con el solo hecho de asumir el nuevo gobierno se operaría una transformación sustantiva e inmediata del país que dejaron los Kirchner. Era, sin dudas, una forma de pensamiento mágico, que hoy se traduce con frecuencia en amarguras y desilusiones.

Pero ellos, los impugnadores, los catones de las causas populares, oponen otro pensamiento mágico: el de la catástrofe instantánea, el de las calamidades súbitas. Como si todos los males del país hubieran rebrotado igual que hongos, como efecto de la maldición de un dios perverso, después de haber sido prácticamente suprimidos durante la década ganada.

Se fueron a dormir en un país próspero, feliz, esperanzado, inclusivo y en la senda del progreso. Se levantaron a la mañana siguiente en un país incendiado, colonizado, en proceso de disolución, ¡dividido!, con gente en la calle muriéndose de hambre. Porque esta conciencia crítica desperezada no opera hacia atrás, hacia los orígenes, hacia lo que no ha cambiado o lo ha hecho para peor.

Su lucidez sobre los males nacionales arranca en diciembre de 2015. Lo que eran operaciones de prensa, conjeturas y acusaciones infundadas contra el gobierno anterior, con el gobierno actual son hechos. Todo lo que antes merecía simpatía, complacencia, tolerancia y a veces silencio, ahora es objeto de escándalo, indignación, desgarramiento moral y político. El país es básicamente el mismo.

Sin inteligencia crítica

La pregunta es obligada: ¿por qué razón, si las mayorías estaban tan bien, han elegido estar tan mal? El problema, como siempre, es la malvada conspiración mediática, combinada con la incapacidad de los propios comunicadores e intelectuales de informar convenientemente al electorado sobre los aciertos del anterior gobierno. Se sienten responsables de la derrota del kirchnerismo. De manera velada, acusan al pueblo ignorante de votar contra sí mismo.

Resulta difícil encontrar un ejemplo más redondo de síndrome de Estocolmo (reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro, o retención en contra de su voluntad, desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su captor). El kirchnerismo los secuestró ideológicamente, abusó de su credulidad y los obligó a defenderlos, traicionándolos en los hechos. Nada importante fue transformado; la irreversibilidad que saludaron alborozados no fue tal; la segunda independencia nunca se produjo; la miseria de hoy es más grande que la de ayer, pero señalan al que llegó hace media hora como el culpable de todo.

Mientras tanto, preservan a sus captores/abusadores de toda impugnación, abrigan la esperanza del regreso triunfal. El protocolo de vinculación de los intelectuales con el poder K sigue siendo el de la sujeción al amo, ahora ausente, afanado en su salvación individual.

Liderazgo

Me pregunto si habrán aprendido algo de esta nueva experiencia política. Si no es necesaria una profunda autocrítica desde la perspectiva de la relación de la inteligencia con el poder. ¿Valió la pena poner en juego el prestigio intelectual para defender un proyecto político con resultados tan discretos? ¿Hubo un prestigio que defender?

Sería un error, no obstante, pensar que la traición de los intelectuales responde a una configuración ideológica específica. También puede verse a severos críticos del kirchnerismo que hoy se prodigan en complacencias con el poder de turno.

La crisis argentina es una crisis de liderazgo: político, empresarial, social, sindical, eclesiástico. Los intelectuales no son ajenos a la lamentable decadencia de la dirigencia nacional. Sería extraño que la inteligencia cumpliera su función social y el resto no. Es sabido que el pez se empieza a podrir por la cabeza.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.

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