Eduardo Hoffmann es una de las figuras más relevantes del arte de Mendoza, aunque se afincó en Buenos Aires hace muchos años. De paso por nuestra provincia, accedió a una entrevista para hablar de su gran trayectoria.
-¿Siempre te gustó la pintura?
-Siempre jugué al rugby. Era algo que me apasionaba. Jugaba los sábados y también los domingos. Pero a los 14 años me descubrieron una enfermedad llamada talasemia, que es congénita y es una deformación de los glóbulos. Me había empezado a sentir mal en los entrenamientos cuando me exigía.
El médico, en ese momento, me dijo que era muy peligroso jugar al rugby porque podía golpearme en el bazo y quedar ahí. Ese día llegué a casa destruido porque no podía jugar más al rugby y mi madre me sugirió que empezara a dedicarme al arte, teniendo en cuenta que lo hacía muy bien. La verdad es que casi no le presté atención, estaba deprimido.
-Empezaste dibujando...
-En esos primeros días, después del diagnóstico, no tenía ganas de hacer demasiadas cosas. Me había quedado en cama y mi madre me había dejado unos lápices y un bloc de hojas para dibujar. Así fue que comencé a dibujar a una tía mía que me cuidaba, acostada en la cama de mi hermano.
-¿Tenías experiencia en el dibujo?
-Siempre me había gustado dibujar. En mi curso del colegio estaba entre los dos o tres alumnos que mejor lo hacían. No era un virtuoso pero sí, un gran voluntarioso.
-¿Comenzaste a tomar clases de dibujo?
-En aquella época mi abuela había encontrado a Manuel Zorrilla (NDR: importante pintor y dibujante argentino nacido en 1919) en un viaje en barco a Europa y le había mostrado mis dibujos.
Él había sugerido que no tomara clases particulares. De alguna manera empezó a ser como el corrector de mi obra a partir de ese momento. Yo iba a Buenos Aires a llevarle mis trabajos. Era una persona muy estricta, metódica y poco flexible. No había reglas más allá de las que él impartía.
-Igualmente estudiaste arte en la universidad...
-Sí, comencé la carrera de arte en la UNCuyo. Ahí tuve como profesor a Zdravko Ducmelic que era un croata que había estudiado en Europa y se había venido a vivir a Mendoza. Gran maestro y gran pintor. Pero no terminé, tuve problemas con un profesor de historia y dejé en tercer año.
-¿Ya pintabas mucho en ese momento?
-Pintaba durante muchas horas por día, era muy responsable. Además teníamos un grupo con el cual me divertía mucho. Entre ellos recuerdo a Robertito Day, Javier Segura, Egar Murillo y muchos más. Era un grupo con el cual la pasábamos muy bien. Además, en la facultad había muchas alumnas y muy pocos alumnos. Por ende, siempre había alguna chica viendo lo que hacías (risas).
-¿Dónde hiciste tu primera exposición?
-Fue cuando tenía 16 años, en un club en San Martín. Al espacio me lo había conseguido una familia amiga de allá. Eran unas acuarelas. La exposición fue como tomar la iniciativa de que me iba a dedicar a la pintura.
-¿Era fácil para vos decir que eras artista?
-Te vinculaban a las drogas o a alguna desviación sexual o mental. Pero todo eso era algo que mi propio orgullo buscaba revertir. Yo quería demostrar que se podía trabajar y vivir del arte teniendo una vida muy rica.
-¿En qué momento adoptaste el tipo de pintura que hacés hoy?
-Yo tengo un inventario de más de 3.600 obras. Obviamente entre la número uno y alguna de hoy, hay un paso gradual. Ese registro está desde que tengo 17 años.
-¿Todas tus obras tienen un número en lugar de un título?
-Totalmente. Mi obra es numerada. Además eso me permite saber, en mi archivo, como era la obra 3.100 por ejemplo y cuánto mide o quién la adquirió.
-¿Te acordás cuándo vendiste tu primer cuadro?
-Sí, fue acá en Mendoza. El comprador se llamaba Ricardo Hadad y era el dueño de una casa de ropa en la galería Tonsa. Yo tenía 17 años. Me pagó con un cheque.
-¿En qué momento de tu carrera profesional empezaste a viajar por el mundo?
-A los 21 años gané un concurso de Cuyo en el cual luego se competía a nivel nacional. A esa obra premiada la compró Julio Camsen y me dijo que me iba a pagar el día que me fuera a Europa. Así fue que al tiempo emprendí viaje hacia allá. La plata de Julio (Camsen) me ayudó para poder partir hacia Europa.
-¿Te fuiste a trabajar?
-Sí, llegué directamente a trabajar. El primer lugar donde estuve fue París. Ahí me habían dado el teléfono de Julio Le Parc. Lo llamé para contactarlo y estuve tres años viviendo delante de su taller, en un predio que era suyo. Se generó una muy buena relación. Yo hacía una especie de ayudantía industrial.
Si había una muestra, por ejemplo, le ayudaba a cargar sus cuadros. Lo importante es que todos los días podía compartir tiempo con él. Fue como hacer un master en una universidad. Julio era una persona muy pedagógica. Era un sueño para mí poder estar ahí. A la distancia lo veo más como un sueño aún. Hace poco estuve con él. Seguimos teniendo una excelente relación.
-¿Qué contacto tenías con Mendoza?
-Estuve poco acá. Venía y volvía a irme. De hecho, al tiempo me fui finalmente a Buenos Aires. Compré una casa cerca de Miramar y me quedé ahí más de diez años. Era un taller con una casa que sigo teniendo, a pesar de que hace tiempo que no voy.
-¿Dónde está tu taller hoy?
-En Barracas, Buenos Aires. Es una manzana. Un predio muy grande donde comparto el espacio con grandes artistas como Felipe Noé, Hernán Dompé y muchos más. Somos diez. Hoy paso muchas horas del día ahí pero tengo un hijo de 6 años (Amancio) y vuelvo a casa a la tarde para poder compartir tiempo con él. Pero desde las 8 de la mañana a las 7 de la tarde estoy pintando en el taller. Ésa es mi rutina, la cual me hace darme cuenta de que en muchos momentos soy feliz.
-Pintar tantas horas por día ¿es una de las claves de tu éxito?
-A mí me ha ido bien así. Seguramente a otros pintores puede haberles dado resultado otra fórmula. Pero no sé si tengo éxito. Sólo considero que ésa ha sido mi forma.
-¿Cuántas obras producís en un mes?
-Depende de los tamaños o de lo que esté haciendo pero me considero un gran productor.
-¿Has logrado todo lo que soñaste?
-Tal vez era imposible premeditar que el chico que dibujaba a su tía llegara a una súper casa de remate de obras de arte, en Nueva York. Esa distancia es la que me da esperanzas para pensar que aún pueden suceder muchas cosas buenas más.
-¿Cuánto valen tus cuadros?
-La obra que sale a remate generalmente ya es de coleccionistas que compraron más barato y venden caro. El año pasado una obra se vendió en una subasta en EEUU en un valor cercano a los 70.000 dólares.
-¿Quiénes son los famosos que han adquirido tu obra?
-Máxima Zorreguieta tiene dos obras mías en su casa de Holanda y otra en su casa de veraneo. También Peter Sutherland, quien posee una de las fortunas más grandes del mundo. Amalita Fortabat y Enrique Pescarmona, son otros de mis clientes más importantes.