Detener el saqueo, no hay otro camino

La miseria se expande en nuestro país y sólo se podrá revertir aplicando políticas serias.

Somos una sociedad que apoyó con ganas a Alfonsín, con parecidas ganas a Menem, siguió esperanzada con los Kirchner y ahora vive con su esperanza en crisis con Macri. Necesitamos ponerle expectativas a todo gobierno porque es el que elige el rumbo que nos lleva a mejor puerto -al menos debiera serlo- y nosotros seguimos con la expectativa de que alguno acierte. Parecido a esos solterones que pasan la vida buscando pareja sin asumir que su destino es la soledad. En política, por ahora, para nosotros la costumbre es el fracaso.

Somos una sociedad sin dirigentes, sin un grupo que asuma el problema colectivo por encima de su ambición individual. Nos falta talento al servicio de la sociedad, de ése que nos sobra amasando egoísmo. Salir de la coyuntura, soñar con trascender, pensar en grande; de eso estamos escasos, faltos al nivel de la angustia.

Hasta ahora nadie nos saca de la decadencia. Por el contrario, la incrementan, pasamos ya el porcentaje de un tercio de la población fuera del sistema y hasta el momento es indiscutible que en estos meses hemos incrementado la miseria.

Me divierten los gorilas que intentan desacreditar a Perón como si de esa manera abrieran un espacio para ellos. Ahora salieron con las tres A, un tema que les serviría para no asumir que Perón dejó una sociedad integrada y ellos -entre Martínez de Hoz en dictadura y Domingo Cavallo en menemato- la destruyeron. Podemos aceptar que todo se inició antes, con Celestino Rodrigo, en rigor tras la muerte del General.

Nuestra confrontación permanente fue siempre entre nación o colonia, y seguimos metidos en el mismo debate. Cuando Menem privatizó  los servicios públicos y los entregó a manos extranjeras estaba generando un modelo de sociedad en el que sobraban algunos millones de habitantes. Para el kirchnerismo el motor era el odio, definido el enemigo se conformaba el proyecto. Ahora, para Macri, el modelo es lo rentable, los negocios, como si el tema central de una sociedad fuera sólo económico. El resultado es simple, el fracaso.

Cuando gobernaron los militares perdimos la guerra, cuando gobernaron los economistas caímos en quiebra. La política, el destino colectivo, está por encima de las partes. A Macri y a su grupo les cuesta aceptar que la política es un arte complejo, muy superior al empresarial. O sea que con una concepción empresaria no se puede conducir con éxito una sociedad; para la ambición individual el eje es la ganancia, para la política el nervio es la justicia.

La convocatoria a inversores resulta absurda cuando infinitas inversiones de años de experiencia y esfuerzo corren el riesgo de desaparecer o ya han pasado a mejor vida. Ningún país del mundo se mueve por las leyes del mercado, todos, de una u otra manera organizan su sociedad en base a sus necesidades sociales y de ellas dependen los manejos económicos. Todo lo que se fabrica en China es más barato, claro que ellos hace años que tienen un modelo pensado para su más de mil millones de habitantes mientras que nosotros no tenemos ni imaginamos qué relación hay entre el trabajo, la estructura social y los negocios.

Desde los noventa que la riqueza se concentra y la miseria se expande. Ese tema casi no se toca, los intereses que se crearon son tan fuertes que los vuelven intocables. Uno se pregunta por los peajes, invento que no nos dio rutas pero sí barreras que nos exigen demasiado.

Costos enormes para servicios escasos. Y un mundo de barrios cerrados y viviendas alejadas que no sólo no imaginó un ferrocarril sino que además destruyó el que había. Cada vez que me quedo detenido en la Panamericana imagino que un país normal tendría como opción un servicio de trenes que ahorraría fortunas de nafta y de tiempo humano. Y recuerdo a mis quince años haber viajado a Jujuy en segunda clase, limpio y digno y también, a Bariloche. No entiendo cómo dejamos que todo eso fuera convertido en negociados y corrupciones, en chatarra, en saqueo y en nombre del peronismo -por derecha con Menem, por izquierda con los Kirchner- pero decadencia como proceso imparable.

Para los Kirchner el gran tema de la política era la existencia del enemigo, de ese frente al cual encontraban su absurda identidad. Ellos destruyeron YPF, ellos nada hicieron con los ferrocarriles y los peajes, sólo multiplicaron el juego. Y ahora Macri concibe a la política como un problema central de lo rentable, de los negocios. Estamos mejor en convivencia pero peor en subsistencia. Y los errores que cometen son excesivos, y luego hablan de Venezuela como si lo internacional les otorgara un lugar que en su propia realidad les es esquivo.

No tenemos un problema de inversiones sino de destino. Los países se piensan, no son el resultado de la codicia de los negocios. La política sigue ausente, su necesidad se vuelve desesperante. Y el poder del Estado debe imponerle límites a las ganancias privadas que son a veces excesivas y otras realmente desopilantes.

Hoy,  gobernar es detener la concentración y el saqueo de los poderosos sobre los necesitados. No hay otro camino, la sociedad llegó a su límite, el saqueo no puede continuar.

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