Cuando Cristina dice que está pagando una deuda que no adquirió miente dos veces. En primer lugar, miente porque hace aparecer como excepcional lo que es moneda corriente en todo el mundo: pagar las deudas de gobiernos anteriores.
No es un favor que la Argentina peronista-nac&pop le hace a la Argentina peronista-neoliberal que la precedió, sino una regla de comportamiento inevitable entre los sucesivos gobiernos de un mismo país.
En segundo lugar, Cristina miente porque esta deuda no la adquirió su gobierno pero sí un gobierno de su partido, y del que ella y su marido formaban parte.
Ese gobierno, el de Menem, duplicó la deuda en los noventa sin que al gobernador Néstor ni a la senadora Cristina se les haya escuchado una crítica jamás. Ni a la deuda ni a la plata dulce que ese endeudamiento irresponsable y consumista posibilitó, que fue el corazón del proyecto menemista, el alma de la reelección y la semilla del colapso que finalmente provocó.
Cristina oculta que fue otro gobierno de su partido, el de Rodríguez Saá, el que proclamó el default en una Asamblea Legislativa que Cristina integraba. En silencio otra vez, claro, salvo por las expresiones de júbilo y las entonaciones de la Marcha Peronista y el Himno Nacional.
Finalmente, fue otro gobierno peronista, el de Duhalde, el que al devaluar salvajemente hizo que la deuda pasara del 61,9% del PBI en 2001 al 153,6% del PBI en 2002, lo que la hizo impagable.
Duplicación menemista en los noventa; default rodríguez-saaísta con marchita e himno incluidos y devaluación salvaje duhaldista en 2002. Su partido lo hizo, Presidenta. El peronismo. Háganse cargo de algo, compañeros. Alguna vez, para variar.
Cristina miente también cuando dice que el gobierno kirchnerista aplicó el pagadiós de 2005 en beneficio de los más desprotegidos. Lo que con el cuento de la deuda externa y la lucha contra el imperialismo hizo el Gobierno en 2005 es desconocer obligaciones cuyo grupo nacional mayoritario eran los propios argentinos (que poseían 38,4% de los bonos defaulteados), después de lo cual le pagó diez mil millones de dólares en dólares y por adelantado al FMI.
Más de seis veces el fallo de Griesa. Para hacerlo, canceló deuda colocada al 4% anual con dinero prestado por Chávez al 15% anual, con un perjuicio directo para el país de novecientos millones de dólares.
Y eso no es todo. Mientras que la maléfica y neoliberal Unión Europea reestructuró la deuda de Chipre sancionando el pago total hasta los primeros 100.000 euros y resguardando así a los pequeños ahorristas, el gobierno nacional y popular de Néstor y Lavagna le aplicó la misma quita a todos, ya fueran pequeños ahorristas como grandes especuladores internacionales.
Después sancionó una ley cerrojo que impidió cualquier pago futuro a los bonistas que no habían entrado al canje, llevando a cero el valor de esos bonos, sacándolos de manos de operadores pequeños e impotentes y poniéndolos a disposición de lo que ahora llaman, hipócritamente, “fondos buitres”.
He aquí la dolorosa verdad: no hay fondos buitres sin déficit fiscal y endeudamiento irresponsable (Menem), ni sin defaults populistas (Rodríguez Saá), devaluaciones competitivas (Duhalde), reestructuraciones exitosas (Lavagna) y leyes cerrojo (Kirchner).
Los resultados de semejante festival de economía peronista los estamos pagando hoy. Es bueno recordarlo para que cada uno se haga cargo de lo que alguna vez votó y aplaudió.
Ciertamente, el país no podía pagar su deuda de 2005 sin un ajuste doloroso. Tan cierto como que la dupla Néstor-Lavagna falló en todos y cada uno de los objetivos de toda reestructuración.
Mientras la Argentina aplaudía y los disidentes éramos crucificados, Lavagna, Néstor y Cristina lograron que los aprietes del Gobierno nos dejaran fuera del mercado de deuda por una década, dejaron caer a pedazos la infraestructura y la producción energética para usar los recursos ahorrados en una efímera plata dulce que ya se ha disipado, e incorporaron al acuerdo con los acreedores un bonus por crecimiento que se llevó buena parte de la quita, que los llevó a destruir el Indec para intentar disminuir los daños y que los obligó a usar reservas del Banco Central para cancelar pagos, concentrando el ahorro en manos del Estado con consecuencias recesivas y corridas cambiarias que el cepo detonó.
Aún hoy, mientras los dólares impresos por Estados Unidos para salir de la recesión siguen inundando el mundo, aquí faltan. Los dólares y los insumos que con ellos se compran, cuya ausencia constituye una de las causas principales de la actual recesión.
Pero Cristina miente mucho más cuando irresponsablemente dice que desendeudaron al país. Primero, porque lo que hizo el kirchnerismo fue disminuir la deuda externa sin disminuir la deuda total, pasando de deberle a acreedores externos y organismos internacionales a debernos a nosotros mismos, vía Banco Central y Anses.
Para comprobar que no nos desendeudamos sino que nacionalizamos la deuda pública basta comprobar que su total, una cifra cercana a los 200.000 millones de dólares, es similar a la que se debía antes del pagadiós de Kirchner-Lavagna y representa mucho más del 40% del PBI, como en los tiempos del compañero Menem.
Según estimaciones del FMI, llegará al 58,9% para el cierre del año próximo, con lo que superará largamente el 53,7% de 2001. Así que el próximo default masivo y generalizado, objetivo al que nos acercamos a respetable velocidad, nos lo vamos a hacer a nosotros mismos; jubilados en primera fila. Lo que se dice: soberanía financiera.
Aún peor, si consideramos la deuda en su totalidad el país está hoy mucho más endeudado que nunca. El mismo gobierno que no se cansa de distinguir entre “economía real” y “economía financiera”, cuando se refiere a la deuda menciona sólo su parte financiera y se olvida de la deuda de la economía real.
En efecto, a la deuda puramente financiera hay que agregarle las tres grandes deudas que este gobierno, solito y sin ayuda, ha acumulado durante la Década Ganada. Primera y principal, la jubilatoria, de unos 50.000 millones de dólares según una estimación basada en declaraciones del director de la Anses, Diego Bossio.
Segundo, la energética, ya que para volver a niveles de autoabastecimiento se requerirán inversiones por aproximadamente 120.000 millones de dólares, según una estimación basada en declaraciones del director de YPF, Miguel Galuccio. Tercero: los miles de millones necesarios para reparar lo que durante diez años no se mantuvo ni se amplió de la infraestructura carretera, ferroviaria, portuaria, conectiva y habitacional del país, con el fin de destinar recursos a esa nueva plata dulce que ganó elecciones en 2007 y 2011 y que está dejando el tendal. Un gasto inconmensurable.
Estamos hablando de un total de 170.000 millones de dólares de deuda no-financiera, que sumados a los casi 200.000 millones de deuda financiera y a los necesarios en gasto de infraestructura superan ya holgadamente el valor de un entero PBI, duplicando las cifras de los noventa y aproximándose peligrosamente a las que llevaron al default de 2002 y el pagadiós de 2005. Esto, si no devalúan. Si devalúan, como parece cada día más inevitable, tendremos otro efecto-Duhalde y estaremos a las puertas de un nuevo Big-Bang.
¿Desendeudamiento? Desendeudariola. Una cosa es desendeudarse y otra cosa es no pagarle a nadie y estar hoy tan mal como cuando el pagadiós comenzó. Si de verdad la oposición quiere hacer algo por el país debería impulsar ya mismo una ley que impida al próximo gobierno todo endeudamiento externo cuyos fondos no se dirijan al incremento -repito: el incremento, ya que el dinero es un bien fungible- del gasto en infraestructura.
Sería la mejor manera de cortarles el camino a nuevos populismos platadulcistas de cualquier signo y de meter finalmente al país en el siglo XXI, que empezó hace una década y media para el resto de la humanidad.
Dice el escudo de la Unión Industrial Argentina que sin industria no hay nación. Yo no lo creo, pero estoy seguro de que sin infraestructura no hay país.
Un plan de infraestructura de diez años, consensuado desde ahora entre todas las fuerzas opositoras y coordinado con los de los países vecinos, sería también la única manera de darle un trabajo genuino y no un quincho subsidiado a millones de obreros argentinos que en vez de estar hoy construyendo las rutas, los ferrocarriles, los puentes, los puertos, las viviendas, las cloacas y las redes de gas y de energía que el país y sus ciudadanos necesitamos con desesperación, sobreviven malamente fabricando pitutos en tallercitos jurásicos.
Y todo, porque al industrialismo nac&pop argento hace setenta años que no se le ocurre otra cosa que seguir subsistiendo miserablemente de la miseria nacional y popular.