Delirios de competencia

¿Quién está más preparado para administrar la economía estadounidense? Por historia, siempre lo hicieron mejor los demócratas, pero los republicanos supieron promover leyendas.

Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times © 2016

En general, no se debería prestar mucha atención a encuestas en este punto, particularmente con los republicanos unificándose alrededor de Donald Trump al tiempo que Bernie Sanders no ha concedido lo inevitable. De cualquier forma, quedé impactado por recientes sondeos de opinión en los que se mostraba a Trump favorecido sobre Hillary Clinton en lo tocante a la pregunta de quién puede administrar mejor la economía.

Esto es bastante notable dada la incoherencia y salvaje irresponsabilidad de pronunciamientos estratégicos de Trump. Cierto, la mayoría de los votantes probablemente no sepa nada de eso, en parte gracias a una cobertura noticiosa exenta de sustancia. Pero, si los electores no saben nada de las políticas de Trump, ¿por qué se impresionan favorablemente con sus habilidades de manejo económico?

Sospecho que la respuesta es que los electores ven a Trump como un empresario enormemente exitoso, y creen que el éxito empresarial se traduce en experiencia económica. Sin embargo, probablemente están equivocados con respecto a lo primero, y definitivamente equivocados con respecto a lo segundo: incluso gente de negocios genuinamente brillante a menudo no tiene ni idea de política económica.

Un aparte: esto seguramente es, de manera parcial, una cosa partidista. Con el paso de los años, las encuestas han mostrado por lo general, aunque no universalmente, a los republicanos recibiendo más confianza que los demócratas para administrar la economía, aun cuando la economía se ha desempeñado mejor y de manera consistente bajo presidentes demócratas.

Sin embargo, los republicanos son mucho mejores para promover leyendas; por ejemplo, al exagerar constantemente el crecimiento económico y de empleos bajo Ronald Reagan, aun cuando el registro de Reagan fue superado con facilidad bajo Bill Clinton.

Volvamos a Trump: una de las muchas cosas peculiares con respecto a su candidatura por la Casa Blanca es que se apoya enormemente en sus alegatos de que es un empresario maestro, pero está lejos de ser claro cuán bueno es él realmente en el “arte del trato”.

Estimados de corte independiente sugieren que él es mucho menos rico de lo que dice que es y, también, probablemente tiene ingresos mucho más bajos de los que alega tener. Pero, debido a que ha roto con todo precedente al negarse a divulgar sus devoluciones fiscales, es imposible resolver ese tipo de discusiones. (Y quizá es por eso que él no quiere dar a conocer esas devoluciones.)

Recuerden, de la misma forma, que Trump es un caso claro de alguien nacido en tercera base que imagina haber pegado un triple: heredó una fortuna, y está lejos de ser claro que él haya acrecentado esa fortuna un poquito más de lo que lo habría logrado si meramente hubiera dejado el dinero en un fondo índice. Pero dejemos de lado las preguntas sobre si Trump es el genio de negocios que alega ser.

¿Conlleva el éxito en los negocios el conocimiento e instinto necesarios para hacer una buena política económica? No, no lo hace. Cierto, el registro histórico no es una gran guía, ya que solo un presidente moderno tuvo una carrera exitosa en negocios anteriormente. Y quizá Herbert Hoover fue un caso aparte.

Pero, aunque no hemos tenido muchos líderes empresariales en la Casa Blanca, sí sabemos qué tipo de consejo ofrecen empresarios prominentes sobre política económica. Y con frecuencia es asombrosamente malo, por dos razones: una es que personas acaudaladas y poderosas a veces no saben lo que no saben... ¿y quién se los va a decir? La otra es que un país no se parece en nada a una corporación, y administrar una economía nacional no se parece en nada a administrar un negocio.

A continuación, un ejemplo específico y relevante de la diferencia. El otoño pasado, el ahora presunto nominado republicano declaró: “Nuestros salarios son demasiado altos. Tenemos que competir con otros países”. Después, como ha ocurrido a menudo en esta campaña, Trump negó que hubiera dicho lo que, en efecto, dijo; que hable directamente, no lo creo. Pero, eso no tiene importancia.

La verdad es que los recortes salariales son lo último que EEUU necesita ahora: nos vendemos la mayor parte de lo que producimos a nosotros mismos y los recortes salariales afectarían negativamente las ventas nacionales al reducir el poder adquisitivo e incrementar el lastre de la deuda del sector privado. Salarios más bajos probablemente ni siquiera ayudarían a la fracción de la economía estadounidense que compite internacionalmente, ya que eso conduciría normalmente a un dólar más fuerte, invalidando cualquier ventaja competitiva.

El punto, sin embargo, es que estos efectos de retroalimentación a raíz de los recortes salariales no son el tipo de cosas que incluso líderes empresariales muy inteligentes necesitan tomar en cuenta para dirigir sus empresas. Los negocios venden cosas a otra gente; no necesitan preocuparse por el efecto de sus medidas de recorte de costos sobre las demanda por sus productos. El manejo de la política de la economía nacional, por otra parte, se relaciona totalmente con la retroalimentación.

No estoy diciendo que el éxito empresarial sea descalificador de manera inherente cuando se trata de diseñar políticas. A un magnate que tiene suficiente humildad para darse cuenta de que él no sabe ya todas las respuestas, y está dispuesto a escuchar a otra gente incluso cuando lo contradicen, le podría ir bien como administrador económico. Pero, ¿describe esto a alguno de los que actualmente se están postulando para presidente?

La verdad es que la idea de que Donald Trump, de toda la gente, sabe cómo dirigir la economía estadounidense es risible. Sin embargo, ¿reconocerán los electores esa verdad alguna vez?

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