Los Andes del 11-10-16, p. 22 A, da cuenta de la entrega de los cráneos de cuatro caciques tehuelches “víctimas de la campaña del Desierto” que se encontraban en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, a sus comunidades nativas. La historia y el origen de esas piezas había sido relatado por las autoridades del Museo en un impresionante artículo publicado en Rumbos (Nº 550-marzo 2014).
Mucho se ha dicho y se puede decir respecto de la llamada “cuestión indígena”, a partir de la llegada de hombres del Viejo Mundo al Nuevo.
En nuestro país, la cuestión toma nuevas y diversas formas, intensidad y magnitud con la gran inmigración de fines del siglo XIX y comienzos del XX que ocupó el vasto “desierto”.
Por ello me parece desubicado el ataque a Francisco Pascasio Moreno, presentado como un asesino de indios, en su rol de director -y fundador- del Museo de La Plata. Para ser consistentes, el Museo debería desaparecer y todo resto humano -y también de animales- restituido y enterrado. Para ser coherentes deberían cesar las excavaciones que tienen por objeto extraer cadáveres, sea de la época que fuere. De hecho, en estos días, y mucho antes, insistentes voces de los descendientes de los antiguos pueblos americanos manifiestan su oposición a tales prácticas y a la exhibición de momias indígenas.
Se argumentará que la actividad está avalada por razones científicas. Así es, y son las mismas que motivaron al perito Moreno en todo lo que hacía. En todo caso las acciones reprobables de Moreno se inscriben dentro de los crímenes de la ciencia, de los que tenemos ejemplos abundantísimos en los tiempos modernos, ¿o no?
El artículo me hizo recordar una experiencia de mi temprana adolescencia, cuando una compañera de escuela -más avispada y pícara que el resto- nos introdujo en el antiguo gabinete de ciencias para observar unos frascos con extraños seres en su interior. Por esa época el positivismo que justamente había promovido la dotación de colecciones científicas a los colegios, se había atenuado en los planes escolares y aquellas perturbadoras piezas no eran utilizadas en la enseñanza y permanecían guardadas.
Ya en la época de la “Generación del ’80” era resistido y calificado de “cientificismo” por muchos de sus opositores. El paradigma científico que lo sustentaba sigue plenamente vigente en la actualidad: se llama darwinismo o evolucionismo. En la base, se opone al llamado creacionismo, descalificado cada vez que aparece, como leyenda oscurantista sin valor científico.
El darwinismo conoce el pasado para proyectarlo al futuro. De él surge esa ilustración de las etapas evolutivas que van desde un primate hasta el homo sapiens, donde por lo tanto un negro es poco más que un macaco. Las consecuencias son conocidas. De ahí se arranca para proyectar un hombre futuro como un ser de cabeza desmesurada y débiles piernas, efecto quizás del uso exclusivo del automóvil para trasladarse. Hollywood agregó a los mutantes, como para hacer un lugar a la fantasía y jugar con la posibilidad científica del azar en la cadena evolutiva.
Así, evolutivamente, este bello planeta agotado va camino de convertirse en un lugar yerto, sin vida posible (debido -me temo- a los avances de la ciencia que habrá usado hasta la última gota de agua pura terrestre en pos de encontrar un litro de agua en Marte). ¿Qué haremos entonces? Pues partir rumbo al rojo planeta subiendo alegremente a las naves salvadoras, como en la película de Stanley Kubrick “Dr. Insólito” con los jerarcas mundiales entrando al refugio antiatómico.
El próximamente ex presidente Obama anunció, con rostro sonriente, la primera colonia marciana para 2030. Una vez más Hollywood –previsor y optimista- nos pinta lo hermoso que será o, al menos, no tan malo y muy interesante.
En Seremos Marcianos (Rumbos Nº 689, 4 al 10 noviembre 2016) este “ansiado acontecimiento” promovido por la serie Mars es explicado así por Ron Howard, su director: “Empezó como una idea caprichosa y se volvió un imperativo por el bien de la supervivencia y la continua evolución de la especie humana; 2016 es un punto de inflexión en este esfuerzo” (p. 24).
Hace poco conocí en la TV la más fascinante criatura que darse pueda: el dragón de mar. Tan imaginativo que me dejó anonadada. Me pregunto: cuando embarquemos hacia Marte ¿se nos permitirá llevar una maceta con nuestra planta favorita, la mascota regalona y una pecera con el dragón de mar?
Me temo que, para entonces, el evolucionado humano ya no tendrá necesidad de la belleza.