Danza folclórica integradora

Desde hace dos años, un grupo de bailarines se reúne en el Polideportivo Polimeni y al ritmo de cuecas, gatos y chacareras da rienda suelta a sus emociones y habilidades artísticas.

Un gato cuyano, una chacarera, una zamba, una cueca. Ese es el lenguaje hablado por un puñado de bailarines que aún en sillas de ruedas dibujan piruetas en diferentes escenarios de Mendoza. "Giro, avanzo, retrocedo y hasta zapateo, y eso no tiene precio. Por momentos no siento que estoy incapacitado de la cintura para abajo", dice Cristian Martínez (29), integrante de Estrellas Unidas.

Éste ballet, surgido hace dos años, se encuentra integrado por jóvenes y adultos con limitaciones motrices, generalmente personas en sillas de ruedas, que comparten el gusto por la danza folclórica con profesionales de ese género.

"El ballet congrega a gente con y sin problemas de motricidad, y así buscamos incluir e integrar a todos en un marco de respeto por los tiempos y la evolución artística del otro", cuenta Marcela Morales (41), responsable del ballet.

Ya hace trece años Marcela se había embarcado en la aventura de liderar un conjunto de aspirantes con síndrome de down y retraso mental que encontraron en el folclore un modo de expresión diferente -y aún mejor- al de la palabra. Es en ese momento en que nace el ballet folclórico 'Nosotros Podemos', pioneros en la inclusión de personas con discapacidad en la provincia y única agrupación de estas características en Las Heras.

En la actualidad, Morales está a cargo de las dos asociaciones de bailarines cuyos ensayos se llevan en el Polideportivo Vicente Polimeni. "Soy maestra de baile -cuenta Marcela- así que la música y la danza las incluyo permanentemente como recurso para la estimulación integral de mis alumnos".

"Fue fácil, mucho más de lo que imaginaba. Sólo bastó poner música para que los chicos comenzaran a moverse a su manera, a su tiempo. Al cabo de pocas clases, pude verlos dar pasos básicos y giros. Y, en menos de un mes, estábamos bailando gato y chacarera", recuerda.

Para sus padres y amigos, "verlos bailar es un privilegio". En efecto, la profe concuerda con ellos y asegura que "los papás son pilares en el progreso de los chicos".

"Es ser testigo de una transformación que es posible cuando mente, cuerpo y corazón están en sintonía", expresan las mamás María Salas (65), Miriam Muñoz (53) y Carmen Ortiz (70), quienes aguardaban afuera a sus hijos.

No son bailarines profesionales, ni pretenden serlo. Sin embargo, la danza les ha cambiado la vida. Aprenden a expresar con su cuerpo todo lo que no pueden decir con palabras. "El folclore en este caso, aunque podría ser cualquier clase de danza, es un factor clave para expresar sentimientos, por eso el habla pasa a un segundo plano", explica Marcela.

"Al principio éramos tres personas con problemas motrices, así que aprendimos a bailar por nuestros propios medios. Luego de un tiempo, la profesora decidió invitar a bailarines convencionales y, poco a poco, logramos caminar y aprender juntos", resume Cristian su experiencia, quien a partir de una lesión medular su cuerpo quedó parcialmente inmovilizado.

Lourdes Caballero (21) sobrelleva dificultades motrices y neurológicas de nacimiento. No obstante, ellas no han impedido su desenvolvimiento personal. Además de estar cursando el preuniversitario de bromatología, participa en el ballet casi desde sus orígenes. "Cuando bailo me siento libre, a veces pareciera que estuviera bailando con mis piernas, es muy gratificante", relata la joven.

Para los bailarines convencionales, de alguna manera reconocidos como colaboradores de Marcela, es también una vivencia muy positiva y productiva. "Los aprendices muestran mucho entusiasmo lo que en gran parte nos motiva a continuar y cooperar", manifiesta el bailarín Esteban Puebla quien hace unos años concurre junto a su hija.

La danza, terapia de apoyo
Expertos en psicodanza dan cuenta de la dimensión terapéutica del baile, lo que hoy es una realidad en los ballets dirigidos por Morales. "Con el tiempo se observan mejorías en los modos de expresión, los chicos se sueltan y adquieren más seguridad", confiesa la profesora.

La danza, la música y la relación con el otro en un contexto grupal son cómplices del crecimiento y el fortalecimiento de la identidad. Por esto, es de gran importancia que los profesionales de la danza compartan con niños y jóvenes el particular conocimiento que tienen sobre el cuerpo y su movimiento.

A todo lo dicho se suma el impacto positivo que tiene este arte-terapia en la autoestima y la interacción social. Asimismo, coadyuva a acrecentar la agilidad, la coordinación, el equilibrio y los reflejos.

El trabajo realizado hasta hoy por estos conjuntos no es la meta, sino apenas el punto de partida. Docentes y padres aseguran que este tipo de propuestas debe llegar a instituciones públicas y privadas para que la verdadera integración no se quede en los discursos.

Zarandeo y zapateo, giros y miradas, sonrisas y la agitación de un pañuelo. Durante una hora, dos veces a la semana, estos chicos y chicas se despojan de todo lo que los limita. Cada avance, por pequeño que sea, es un gran logro. Porque cada uno tiene su meta.

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