Daños a la autoestima del niño: ¿qué le decís y cómo les hablas a tus hijos?

La costumbre del trato desafortunado o despectivo por parte de los padres, debido a múltiples causas, puede llegar a naturalizarse generando en los chicos una herida difícil de superar. Más allá de un mal momento, la recurrencia y falta de conciencia, dañ

Que los padres son seres humanos y que por ello son imperfectos y pasibles de tener un mal momento, es algo claro y entendible. No se nace sabiendo ser padre. Entiéndase que la imagen de “La familia Ingalls” es una construcción ficcionada.

Pero si hablamos de padres que de forma recurrente se dejan llevar por el enojo, maltratando en la manera de decirles las cosas a sus hijos, o adjetivándolos despectiva o burlonamente, entonces estamos frente a una violencia que hace mella en la autoestima y el crecimiento interno del niño como sujeto.

Como explica la psicopedagoga Mónica Coronado: “todas las frases que se le digan a los hijos, y que impliquen ridículo, rechazo, o que hagan algún tipo de referencia de alguna característica física de ellos, dejan huellas y sobre todo las que están cargadas de menosprecio”.

Como en toda relación humana, y aún en el amor mismo, pueden existir momentos de hostilidad. Sin embargo, manejar mal las situaciones que rebasan la paciencia con los hijos, puede terminar hiriéndolos profundamente, aunque esa no haya sido la intención. “Incluso puede afectarles la autoestima a largo plazo”, argumenta Coronado.

“¿Quién quiere otro pedacito de torta?”, pregunta el padre a los compañeros de su hija que cumple 17 años. “¿Quién?”, insiste, para luego sumar: “Vos no hija... Estás muy gorda”. Un ejemplo de una de las tantas frases despectivas y recurrentes, que llevó a una adolescente a la más profunda de las humillaciones frente a sus pares. Algo que la hizo no querer comer más y caer en su adultez en una anorexia con la que batalla. El padre aún no se explica el por qué, pero el ejemplo es real.

Marcas, como espinas

“Los papás muchas veces hacemos sin pensar bromas o brindamos determinadas opiniones a nuestros hijos, que pueden hacerles mucho daño. En realidad se van generando con la continuidad marcas muy profundas, porque los chicos son muy frágiles, ya que desde pequeños se van forjando en el proceso de crecimiento una imagen de sí mismos y desarrollando su autoestima. El valor que uno le asigna como ser humano desde pequeño depende de la mirada amorosa o rechazante de un otro adulto, que son los padres”, precisa Coronado.

- ¿Qué frases pueden ser determinantes en este sentido?

- Las que más duelen son las frases generales. Son mucho más hirientes que las específicas. Una cosa es decirle a un hijo que tiene unos kilitos de más, y que estaría bueno que todos en la familia comieran más sano, y otra muy diferente es manifestarle  “estás gordo, parecés un chancho”.

No es lo mismo decirle a un chico: “vamos a practicar más ejercicios matemáticos, así les tomás la mano porque no te salen”, a gritarle “sos un burro, no te da la cabeza”. Hay cosas que, como padres, las podemos y tenemos que decir, pero el “cómo” se dicen tiene que ver con el alcance global de la identidad a forjar.

Por ejemplo lanzarle a la cara a un hijo "sos un mugriento", en lugar de decirle "ordená el cuarto porque está desordenado", es despectivo hacia el chico.
A los papás los ayudamos a que no afecten con las frases generales la identidad global de los hijos, o que no utilicen aquellas que comiencen con: "siempre", "jamás", o "nunca".

- ¿Por ejemplo?

- Frases como “nunca me das un beso”, o “jamás vas a ser nada en la vida”. Todas las apreciaciones que comienzan con estas palabras (a no ser que sean positivas) pueden llegar  causar mucho daño en los chicos.

Hay cosas que dicen los papás a sus hijos (ya sea que estén solos, o delante de amigos o familiares) que para ellos pueden ser muy naif,  chistosas, o que carecen de importancia, pero porque el adulto tiene una identidad madura. Sin embargo en un chico, tenga la edad que tenga, la exposición frente a otras personas al ridículo resulta el doble de grande. El rechazo o la humillación son situaciones que dejan huellas muy profundas. Lo mismo al hablar con otros sobre la intimidad adolescente, ya que tienen mucho pudor de su privacidad y es lógico.

- ¿Qué consecuencias pueden darse en el futuro para ese niño?

- Muchos en la adultez replican un patrón de vínculo, de menosprecio viciado por el maltrato verbal al que han estado expuestos desde pequeños (quizá incluso lo trasladan a su pareja).

En un  momento de estrés o irritabilidad, los padres pueden hacer comentarios desafortunados, o no medir la fuerza de sus palabras para con los hijos (mientras no sea algo recurrente). Sin embargo los padres inteligentes y amorosos se disculpan y le explican a su hijo por qué llegaron a decirle algo que sin querer los hirió.

- ¿Se puede volver con la disculpa nuevamente a lo que era la relación?

- Uno como adulto puede explicar y pedir disculpas, pero la herida ya está hecha. El poder pedir perdón lleva a la posibilidad de reparar la relación, y a decirles a los chicos que no se quiso humillarlos, y que no midió el tema con el compromiso de no volver a hacerlo, y sin minimizar el dolor que le causamos.

Hay que entender que existe un punto en cualquier relación humana que, si se traspasa, no tiene retorno.

La distorsión del espejo - Por Beatriz Goldberg  (Psicóloga vincular especialista en familia)

En general, los formadores de autoestima y el espejo donde mirarse que tienen los hijos desde pequeños, están  ligados a las figuras amorosas del padre y la madre. Si estos referentes tan importantes, se burlan de él o lo descalifican de alguna manera (aunque no exista violencia física), pueden llegar a ejercer una violencia verbal.

A veces las presiones y responsabilidades extra de los adultos, pueden llegar a ponerlos irascibles, terminando por decirles a sus hijos algo hiriente. Quizá también pueden repetir un patrón de conducta adquirida, o descalificar al chico por exigirle algo que ellos en su momento no lograron. Todo este tipo de actitudes le hacen mucho daño a los hijos, aún en el “formato de chiste”. Entonces ese espejo donde el hijo necesita reflejarse se distorsiona y comienza a verse de una mala manera.

Los gestos despectivos, las malas maneras de observarlos, los tonos despreciativos, la forma de decirles las cosas a los hijos, o las comparaciones con otros amigos o familiares de su edad, como si fuesen “mejores”, representan también formas de maltrato. Algo que, de ser recurrente, impacta nocivamente en la imagen, autoestima y valoración del chico para su vida.

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