Cristina y su caballo de Troya

Cristina y su caballo de Troya
Cristina y su caballo de Troya

Por Carlos S. La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Caso uno: los últimos serán los primeros. En esta edición del diario Los Andes se da cuenta del acuerdo político logrado entre Mendoza y el cristinismo para las listas de legisladores nacionales. Las cosas han quedado por de más claras: de los tres cargos entrables casi con seguridad, se gane o se pierda, dos se los dieron a La Cámpora (que es absoluta minoría en la provincia) y uno al justicialismo mendocino que no sólo gobierna Mendoza sino que acaba de ganarle con contundencia a La Cámpora.

En la negociación por los cargos no influyeron Daniel Scioli ni Florencio Randazzo, los dos más probables candidatos a presidente por el Frente para la Victoria, como si quienes van a ir en la misma lista sábana que ellos, no fuera cuestión de ellos.

En realidad acá no hubo ninguna negociación entra nación y provincia, sino que la decisión entera de la elección de los candidatos peronistas mendocinos a cargos nacionales se debió a una sola persona: a la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner y a sus deseos absolutistas de eternizarse en el poder aunque ya no esté en el gobierno.

Como una diosa del Antiguo Testamento decretó taxativamente que los últimos serán los primeros, pero no en la versión cristiana de que de los humildes será el reino de los cielos, sino en aquella otra de que los que perdieron ganaron, porque la divina voluntad así lo quiere. Un milagro del poder. Toda una metáfora de la cultura política despótica en la que estamos navegando en estos momentos de fin de ciclo (formal) del kirchnerismo en su versión cristinista, que es igual a la versión nestorista con menos recaudación para la corona y más ideología. O, mejor dicho, con más ideología para justificar la previa recaudación para la corona.

Caso dos: de cuando Randazzo y los revolucionarios K hicieron una jodita de Tinelli. Otra metáfora para entender los tiempos en que vivimos la dio Randazzo en su alocución frente a los revolucionarios jubilados de Carta Abierta, en su papelón al burlarse cruelmente de Scioli.

Claro que el aspirante a presidente fue culpado de lo único que no hizo: llamarlo manco a Scioli. No, lo único que Randazzo quiso decir (en un acto de chupamedierismo a la reina de los que suele hacer quince por segundo), es que si Cristina Fernández dejaba la presidencia el proyecto corría el riesgo de quedarse manco, con menos fuerza para seguir adelante.

¿Pero eso quiere decir que la opinión pública, sesgada por los medios monopólicos, lo juzgó mal? En absoluto. Lo juzgó muy bien sólo que por la cuestión equivocada: no tiene la menor importancia si la palabra “manco” provino de su subconsciente o no, sino que la clave apareció el segundo después, cuando Randazzo y los de Carta Abierta frente a la palabreja no pudieron contener las carcajadas. Vale decir, la palabra no salió de los labios del político con intención de burla pero, una vez que salió, ninguno, ni el discurseador ni los discurseados dudaron en matarse de risa del defecto físico de Daniel Scioli.

Y eso, como puede verse en otra parte del video, se debe al contagio por la cultura tinellista que se vio en la reunión de los viejillos setentistas: en un momento, con una capacidad artística patéticamente lamentable, Randazzo se puso a hablar como si fuera Scioli al modo de los imitadores de Tinelli, ironizando con las palabras “diálogo, consenso, producción o trabajo”, que el gobernador de Buenos Aires suele reiterar para no decir nada. Los de Carta Abierta se reían a más no poder. La cultura “dominante” penetró también en territorio revolucionario.

Caso tres: De Nisman a Fayt, la guerra cultural contra la justicia. Anabel Fernández Sagasti, la jovencita camporista a la que Cristina Fernández ordenó poner como primera candidata a senadora nacional por el peronismo mendocino, tiene cero trayectoria dentro del partido local que deberá llevarla; durante los tres primeros años de diputada nacional (también impuesta por Cristina) prácticamente no habló una sola palabra.

Sin embargo, ha alcanzado notoriedad en el universo cristinista (y de allí el premio de una banca en el Senado) por animarse a encabezar una comisión especial encargada de lograr a como dé lugar, la cabeza del juez supremo Carlos Fayt. Una misión robespierriana, stalinista y maccartysta con la que el gobierno nacional espera culminar la tarea iniciada con el fiscal Nisman cuando se propuso degradarlo con la misma técnica que hacen los mafiosos con los que los acusan. Y no estamos hablando de su asesinato (que eso le corresponde a la Justicia) sino de encontrarle hasta el menor defecto personal para, de ese modo, hacer olvidar su muerte o meter en el inconsciente popular la idea de que por algo habrá sido.

Un Caballo de Troya infiltrado desde arriba, no desde afuera. ¿Qué tienen en común los tres ejemplos citados anteriormente? Que se trata de las estratagemas culturales con las que Cristina Fernández, asumiendo una actitud mística, épica y redentorista, pretende seguir dominando el país cuando ya no sea su primera figura.

Lo que quiere es desarmar todas las pocas defensas políticas de una sociedad donde la política es mal mirada a ver si es posible construir un caballo de Troya lo suficientemente poderoso desde el cual manejar fuerzas debilitadas al extremo por su propio accionar. Un caballo de Troya que no sea introducido desde afuera hacia dentro de la fortaleza ciudadana, sino desde lo más alto del poder del país.

Para eso necesita doblegar toda resistencia del peronismo obligándole a poner, en las bancas que corresponden a cada provincia, a gente probadamente obsecuente con su causa unipersonal. Y como Mendoza en la elección provincial le hizo frente, era la primera a la que debía doblegar.

Necesita que los aspirantes a sucederla se enfrenten como gladiadores en un circo romano de pacotilla y bien tinellizado a ver quién de los dos es más inútil para poder ser tomado en serio. Scioli sobreactuando un cristinismo en el que no cree y dispuesto a simular vender hasta el último jirón de su alma con tal que lo dejen competir. Randazzo, desesperado, haciendo payasadas como la que citamos recién, a ver si el ojo de la ama lo engorda como ganado. Lo único que importa es que sus sucesores sean de cartón, gastados en su dignidad antes de siquiera comenzar a gobernar.

También necesita, ya que no puede reformar la Justicia como quisiera para ponerla al servicio del poder político, librar batallas simbólicas de difamación generalizadas donde cubra de barro a todos los que se le resisten para que la opinión pública no tenga la menor capacidad de distinguir al canalla del sabio, al patán del esforzado, al chorro del gran profesor.

En síntesis, así como el cristinismo considera que hoy el poder formal es el gobierno y el poder real son las corporaciones, lo que pretende a partir de diciembre es que el poder real lo tenga Cristina, mientras que el gobierno y quien resultare eventual presidente sean una pura formalidad que no pinche ni corte.

Lo que ella sueña es contar con una gran fuerza de choque capaz de confrontar con un gobierno débil, si éste pretende independizarse en vez de ser una mera transición para su retorno al reinado en 2019. Con una opinión pública despolitizada, ocupada de otras cosas, que vea pasar cómo caen Nisman y Fayt o la corrupción siga tan rampante, sin que haga el menor gesto de enfado.

Parece una misión tan ridículamente imposible por lo desmesurado de su magnitud que podría tratarse de una cosa de locos. Que es así como hoy tratan a Cristina los peronismos locales, los candidatos propios a sucederla e incluso la mismísima oposición. Tal cual una a quien hay que llevarle la corriente como a los locos porque enseguida nomás se va y entonces dejará de molestar.

O sea, nadie -ni oficialismo ni oposición ni opinión pública- quiere ganarse su lugar en el futuro, sino que todos desean que éste fluya por sí solo como un regalo de los dioses a esta Argentina capaz de aguantar cualquier cosa. No parece ser la actitud más adecuada para confrontar contra un gobierno que en doce años supo obtener la mayor acumulación de poder en democracia gracias al renunciamiento de todos los débiles de voluntad política que lo consideraron demasiado excéntrico para durar tanto tiempo.

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