Cómo se hizo Macri, cómo llegó adonde llegó y quién es hoy

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

Desesperados por intentar que no termine su mandato a como dé lugar, los chiflados y chifladas que buscan eso, acusan a Mauricio Macri de dos pecados mortales pero contradictorios: Por un lado, que es una continuidad de la dictadura; por el otro, que es tan débil e inepto como Fernando de la Rúa. O sea, una especie de dictador sin carácter.

En esta nota, una media docena de mendocinos que conocen bien a Macri, entre los que se encuentran quienes lo estiman mucho, poquito y menos, nos aportan conocimientos acerca de su personalidad y de cómo la fue formando. Porque en momentos como estos, donde se ha instalado el delirio de que según cómo salga la elección de medio término, el gobierno terminará o no su gestión, es vital saber quién es realmente el que maneja el timón de la gobernabilidad.

Fernando de la Rúa fue toda su vida un hombre que navegó dejándose llevar por la corriente, al que en los años 70, cuando le ganó un cargo legislativo al peronismo de Perón, lo quisieron vender como un Kennedy vernáculo, pero nunca fue más que un figurón con marketing. Mauricio Macri, en cambio, se hizo solo y, si se lo compara con alguien, salvando las grandes distancias, se aproxima a ser un Alfonsín con más realismo político pero con menos cultura democrática, no porque carezca de vocación para formarse en ella sino porque no fue educado en la misma.

De la Rúa empezó muy bien, con todo el poder a su favor, mientras que Macri lo hizo con una alarmante minoría legislativa, por la que debió negociar desde el primer día. Por eso lo más seguro es que vaya in crescendo. El problema, dicen, es que aún sigue siendo mitad Presidente y mitad jefe de Gobierno. Le falta, además, un Rodríguez Larreta porque nadie tiene en su actual equipo esa jerarquía para manejar exitosamente la gestión y además conciliar entre muchos grupos opuestos. O sea, en alguna medida aún está educándose para ser presidente, como le ocurrió cuando condujo Boca o la Capital; en ambos lugares empezó sabiendo poco y nada.

Mauricio toda su vida trató de mantener autonomía del dominante padre Franco pero sin pelearse nunca definitivamente con él, aunque eso a la postre le resultó imposible. Cada vez que le cedía un asiento de conducción, al día siguiente se lo quitaba. Franco lo quiere y lo destroza a la vez, en cada cosa que haga, sin solución de continuidad. Para colmo, la madre de Mauricio es aún más autoritaria que el padre. No lo ayuda.

Una vez, amargadísimo, dijo a unos amigos que seguir con su papá era imposible. O se iba del país o cambiaba de oficio, porque lo otro era encerrarse en un cajón de muertos sin estar muerto pero sin poder respirar, lo cual es peor. Como morir en vida. Tal era su trauma. Por eso emprendió el viaje en busca de sí mismo, el que lo llevó a la presidencia de la Nación.

No es vago como dicen algunos, pero sí le gusta disfrutar los placeres de la vida, que hoy y desde hace un par de años no los puede disfrutar y eso lo tiene mal. Pero a la vez nunca fue tan feliz en su vida privada, particularmente por su matrimonio, como lo es ahora.

En Boca empezó más mal de como comenzó su actual etapa, pero con el tiempo hasta superó en la memoria histórica del club al mito de Alberto J. Armando, ya que hizo de Boca el club de América más conocido en el mundo, a pesar de que muy probablemente no fue nunca el mejor. Desde allí demostró una capacidad notable para moverse con símbolos.

En 2003, antes de acercarse a Menem, Francisco De Narváez le propuso ser candidato a presidente y armarle económica y políticamente todo, aprovechando la dispersión del peronismo y tratando que ocupara el espacio que terminó ocupando Ricardo López Murphy. Pero Macri dijo que no estaba preparado subjetivamente y que además no estaban dadas las condiciones objetivas. Sin embargo, él ya estaba pensando en la presidencia pero aún no sabía por dónde empezar a llegar.

Siendo ya presidente Néstor Kirchner, Mauricio pensó que su futuro podría estar en mantenerse independiente pero aliándose con Eduardo Duhalde quien aún seguía siendo mandamás del peronismo. Pero sus mejores consejeros -principalmente los que conocían de peronismo porque habían sido o eran peronistas- coincidieron en decirle que esa alternativa no era posible porque el peronismo jamás llevaría como presidente a uno que no fuera de los suyos. Ahora, si se hacía peronista, al poco tiempo podría ser lo que quisiera porque en eso el peronismo es más tolerante que el radicalismo si te afiliás o te incorporás al movimiento.

Pero en caso de llegar debería ser el conductor del peronismo, con todos sus pro y sus contras. Más contras que Pro. Por eso junto a sus íntimos imaginó una posibilidad que coincidía mucho más con cómo era Mauricio y con cómo se lo veía en la opinión pública. Una posibilidad más costosa y más a largo plazo pero mucho más interesante: la de ocupar el espacio de centro derecha pero bien al centro, porque ese espacio siempre se inclinó al golpismo o estuvo vacío. Una nueva centro derecha que estuviera más cerca del socialcristianismo o con alianzas socialdemócratas, que no fuera en absoluto una continuación de Alsogaray o la UCD.

Allí dejó de dudar, tomó el consejo al pie de la letra y dedicó todo lo que duró en la Capital a construir esa estrategia y formarse para ella.

En 2014, diez años después, ya se había compenetrado totalmente en ese papel, por eso compró a libro cerrado la propuesta de Durán Barba de no transigir en nada con el peronismo. Que su espacio era ese centro derecha postmoderno lindante con el radicalismo y mucho más ahora que el peronismo estaba corrido hacia la izquierda y él podía ocupar el otro polo. Esa idea fue clave para llegar a la presidencia, que tal vez no hubiera concretado de seguir la opinión de la mayoría de los suyos que querían sumar a la oposición peronista no kirchnerista. Su intuición fue buena. El apoyo de Durán Barba, vital; pero todo comenzó cuando diez años antes se jugó por una estrategia y contra viento y marea jamás se salió de ella. No se sabe si será un buen presidente pero lo cierto es que no improvisó su llegada.

Todavía hoy, a casi un año y medio de asumir, le cuesta salir del papel de jefe de Gobierno en el que fue exitoso. Cuando vio que la mayoría de las gobernaciones eran peronistas, intentó aplicar una política peligrosa al que lo empuja su personalidad: la de puentear a los gobernadores y trabajar directamente con los intendentes, pero alguien le dijo que eso era cristinismo. Eso más las necesidades de acordar por ser minoría, lo llevaron a evitar tal propensión, pero no está convencido del todo. Sigue queriendo puentear. En eso aún hay que educar al presidente, afirman.

Ernesto Sanz dice que Macri es mucho más que su gobierno, pero a veces la cultura del CEO lo tienta y no sólo por culpa de sus asesores sino por lo que tiene incorporado dentro de sí mismo.

Es cierto que en el tema de los aumentos tarifarios del año pasado Durán Barba lo asesoró mal: le dijo que apenas el 8% sufriría un aumento grande y que por lo tanto no habría problema con el resto. Pero ni el ecuatoriano ni el presidente previeron que simbólicamente toda la sociedad sentiría el gran aumento como suyo. Allí lo que queda de su formación tecnocrática le jugó una mala pasada, al despreciar los consejos políticos.

A diferencia de la mayoría de los suyos, no se siente en absoluto preocupado por los intentos desestabilizadores que ciertos sectores intentan todos los días. Opina así no tanto por certezas conceptuales sino por experiencia propia. Suele decir en la intimidad que Cristina Fernández le está haciendo hoy lo mismo que le hizo cuando era jefe de Capital y lo dice con palabras parecidas a éstas: Yo estoy tan tranquilo como en aquel entonces cuando también me quería desestabilizar. Es que si con todo lo que tramó aún así llegué a presidente, en una de esas ahora Cristina logra hacerme presidente otra vez en 2019.

Cuando le critican que su estrategia principal es la de confrontar con la ex presidente, el afirma: Jamás quise confrontar con ella, porque no quiero ser su opuesto sino que quiero ser yo mismo, mientras que ella siempre buscó ser mi cara opuesta.

Hace poco tiempo, con el tema del Correo, le dijo compungido y enojado a un grupo de su gente: No podemos ser lo mismo; no podemos tolerar ni un ápice de corrupción y no sólo por una razón moral, sino porque entonces la gente, al tener que elegir entre dos corruptos, entre aquél que le regala las cosas y aquél que quiere que cada uno pague lo que vale cada cosa, elegirá al que se las da gratis y nosotros habremos perdido porque no podremos cambiar esa cultura que nos está matando.

Habrá que ver si su carácter, cuando duda o se rectifica tanto, tiene que ver con tibieza, moderación, debilidad, o fortaleza oculta por el marketing, como piensa Elisa Carrió. Ella no lo ve como un tipo libre de pecados sino como alguien que está intentando hacerse de nuevo y por eso lo apoya en esa transformación. Aunque no todos los lilitos creen que dejará de lado el pasado que debe dejar de lado para ser otro y mejor.

Quien más lo desilusionó fue Sergio Massa. Con él pensaba construir un nuevo sistema político como parecieron empezar a hacerlo ambos los primeros seis meses de gobierno. Pero luego, según Mauricio, el oportunismo electoral y el apuro por llegar demasiado pronto, lo hicieron virar. Macri quería forjar con Massa una relación como la que tuvieron Cafiero y la renovación peronista con Alfonsín pero, según el presidente, a Massa no le dio el cuero. Hoy ya no le importa demasiado; sólo lamenta que el tigrense se quedó con materia gris aprovechable para gobernar, como Roberto Lavagna y varios otros con talento e ideas suficientes como para dar más sustento a la discreta levedad del ser con la que están formados la mayoría de los cuadros macristas.

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