Carlos Abraham: el arqueólogo de la ciencia ficción

Es especialista en libros raros. Recorre el país buscando huellas de una literatura que abunda en seres bizarros y mundos de utopía. En esta charla con Los Andes, cuenta lo que encontró en Cuyo y explica por qué cada uno de sus hallazgos es una aventura a

Hace ciento cuarenta años se publicó en Mendoza un texto misterioso. En "Nueva Osorno o La ciudad de los Césares", un tal Atalivar sostenía que más allá de los dominios pehuenches, en el Sur de la provincia, existía una ciudad donde todo era belleza y armonía. Nadie encontró jamás aquel valle secreto.

Pero las investigaciones de Carlos Abraham ayudan a recuperar esa y otras fantasías que se forjaron fuera de Buenos Aires, mediante ediciones que hoy son un tesoro esperando ser descubierto.

Abraham podría definirse como un "arqueólogo de libros". Oficio que -como el de anticuario, el de científico loco y el de brujo- tiene sus peligros. Uno imagina que entre los anaqueles lo acechan vinchucas o arañas, por no hablar del temperamento de los viejos que atienden las librerías de saldos.

“Y yo creo que me he recorrido todas las librerías de ese tipo que hay en el país”, confiesa el entrevistado. La búsqueda en territorio es fundamental, porque muchos autores argentinos hacían y hacen ediciones pequeñas. “Eso se acentúa en el caso de los autores provinciales, cuyos textos rara vez se distribuyen fuera de su ciudad”, agrega él.

La perseverancia da sus frutos. Abraham: “he hallado libros fascinantes, como los de Néstor Zambruno, un ya fallecido discípulo de Lovecraft que vivió en Marcos Juárez (Córdoba), y que ha reelaborado los Mitos de Cthulhu en base a las tradiciones y leyendas cordobesas.

O, en el caso de Mendoza, la novela ‘Hay que conocer a Lo’ (1978) de Hortensia Acevedo de Grenci, uno de los más notables -y más desconocidos- textos de ciencia ficción local. La lista podría ser extensa, ya que he formado una biblioteca con más de dos mil libros de fantasía, ciencia ficción y terror escritos por autores argentinos”. O sea que queda mucho por revelar.

Ilusiones del pasado

Entre otros engendros, la fantasía argentina ha sabido incubar tarzanes apócrifos, autores con falsos apellidos anglosajones y una larga lista de anticipaciones futuristas. Abraham destaca, además, que las provincias tuvieron su propio peso en estas gestas de la imaginación.

Ejemplo: "los primeros textos fantásticos argentinos fueron escritos en el interior. Datan de 1756. Son manuscritos de jesuitas cordobeses, actualmente archivados en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en España. Se trata de textos que participaban en certámenes literarios".

En esa colección que custodian los monjes está "El primer trazo de una mala noche", un cuento donde un religioso recibe la visita de espectros que lo hacen descender al infierno para que contemple cómo es yugarla allá abajo.

Otra pieza, titulada "Sueño poético", detalla cómo el mago Merlín lleva al protagonista a recorrer planetas del sistema solar. Hasta se habla un "cielo de los poetas", donde un arcángel porta una espada llameante y habitan, entre otros, Homero, Virgilio y Dante.

¿Y en Cuyo? El texto fantástico más temprano se refiere a la ciudad mencionada en el principio de esta nota. “Nueva Osorno o La ciudad de los Césares” (Mendoza, 1876), de Nicanor Larrain -alias Atalivar-, sigue los pasos de un un hombre que explora el sur de la provincia.

Abraham resume el argumento: “en el ‘río de los Hechiceros’ se topa con una tribu pehuenche que lo tiene prisionero durante un mes; al escapar, encuentra la mítica ciudad, cuya organización social resulta ser afín a lo que conocemos como comunismo. Esto diferencia el texto con respecto a otras utopías de su tiempo, como Buenos Aires en el año 2080, En Phantasilia o Mañana City, que ensalzan al capitalismo”.

-¿Por qué se produjo ese contraste? ¿Es que los cuyanos eran más "críticos"?

-Una causa determinante es que mientras estos últimos textos son publicados en Buenos Aires y en un momento en que el progreso nacional es ya indiscutible, Nueva Osorno es publicada en la más dura realidad provincial y en un momento previo a la cristalización de los logros de la Generación del Ochenta. Por lo tanto, era previsible que Larrain haya sentido desilusión ante el sistema económico-social imperante y haya propuesto un modelo más solidario e igualitario.

Letras insólitas

Abraham ha escrito varios libros (ver recuadro). En "La literatura fantástica argentina en el siglo XIX", explica que ciertos géneros periféricos sirvieron para expresar preocupaciones que no entraban en la literatura oficial. En efecto, hubo relatos que describían futuros en que los sexos tenían iguales derechos y deberes, o las mujeres dominaban. "Otros mostraban la sustitución de las religiones tradicionales por el ateísmo, la teosofía o el espiritismo", apunta el especialista.

Los textos que Abraham engloba en las literaturas de lo insólito -categoría que reúne al terror, el fantástico, la ciencia ficción y las utopías, entre otros géneros- tuvieron una evolución distinta a las letras que eran consideradas “serias”.

Brotó entonces un corpus anómalo, deforme, que alojaba las fantasías desterradas de otros medios de comunicación. Al principio no aparecían tintes locales: “en una primera instancia, el fantástico decimonónico argentino no tiene rasgos que lo diferencien del escrito en otros países. Los cuentos de Holmberg, Cané, Olivera o Monsalve, de haber sido publicados en revistas españolas, inglesas o francesas, no hubieran llamado la atención como una ‘escuela argentina’”.

Más tarde, los autores se animaron a incluir elementos propios. “Las novelas ‘En el siglo XXX’ (1891) de Eduardo de Ezcurra y ‘La luna habitada: el futuro del hombre’ (1893) de Damián Menéndez no sólo poseen una ambientación y una temática argentina, sino que muestran rasgos de una idiosincrasia típicamente nacional.

Sus protagonistas desconfían del Estado y de la sociedad, lo que contrasta con lo que ocurre en la ciencia ficción europea y estadounidense. También hacen gala de una ironía que está presente en la literatura gauchesca. Otro caso es cuando se actualizan y amplifican leyendas folklóricas tradicionales como la luz mala, el lobizón o el pombero”.

Hasta el peronismo y el antiperonismo tuvieron su batalla en las lides de la ciencia ficción. En Etópolis, de Pecci Saavedra, se habla de un personaje llamado “El Doctor”. Y las multitudes lo aclaman cantando una marcha fácil de musicalizar: “Doctor, Doctor, qué grande sos...”

Argentinas que se bifurcan

Semejante cantidad de extraterrestres, tecnologías, monstruos y fantasmas dieron pie para que se imaginaran innumerables futuros posibles. Abraham destaca a El siglo XXX, de Eduardo de Ezcurra; Buenos Aires en el año 4000, de J. M. de Alcántara; Mañana City, de Manuel Vázquez Castro y Las mujeres en el año 1900, de Casimiro Prieto Valdés. Textos que pretendían ser proféticos, y acaso lo fueron.

En el porvenir que vislumbraban estos escritores, “el ritmo de vida se ha acelerado, y el tiempo libre escasea a causa del struggle for life darwinista”.

Eran capítulos donde se avizoraba un sistema en que los hombres eran tratados como cifras, en un entorno de capitalismo feroz. 
"Lo observaban ya en el siglo XIX...y yo creo que estos autores no estaban desacertados", reflexiona Abraham, antes de levantar su mano en señal de saludo y colarse por un túnel oculto que lo llevará de regreso a su biblioteca.

Sobre la ciudad secreta

La mención a Nueva Osorno reabre el misterio. ¿Existe una ciudad encantada al sur de la provincia de Mendoza? Desde los albores de la conquista aparecieron viajeros que decían haber estado en una capital secreta y llena de esplendores. Consultados por los baqueanos de la época, los aborígenes solían confirmar el rumor, probablemente porque ansiaban mandar a los blancos lo más lejos posible de sus poblaciones.

Eran muchos los que querían llegar a “El Dorado del Sur”, que se ubicaba en algún punto “entre la Provincia de Cuyo y el Estrecho de Magallanes”.

La expedición más famosa fue la de un tal Francisco César, que salió junto con un puñado de españoles a buscar la gloria alrededor del año 1528. Al volver -ayudado seguramente por algunas copas- parece que este “César” contribuyó a difundir por las tabernas la leyenda de una región paradisíaca, apartada del resto de los mortales, con iglesias que daban campanadas audibles a través de las inmensidades patagónicas. Había nacido “La ciudad de los Césares”.

Un explorador literario

Carlos Abraham nació en Tandil en 1975. Es licenciado y profesor de Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Sus labores como escritor y académico le han dejado espacio para fundar y dirigir publicaciones como la Revista Nautilus, dedicada al estudio de la ciencia ficción en español.

Sus principales temas de interés son la teoría literaria, la literatura barroca hispánica y la literatura fantástica (incluyendo géneros aledaños como la utopía, el terror y la ciencia ficción).

Ha publicado, entre otros, los poemarios “A la sombra de las gárgolas” (2003) y “En la noche de los tiempos” (2006); y los ensayos “Borges y la ciencia ficción” (2005), “La literatura fantástica argentina en el siglo XIX” (2007) y “La editorial Tor: medio siglo de libros populares” (2012).

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