Beberse a fondo

Periodista, narradora y crítica cultural, María Moreno hizo de la crónica una pócima intelectual y de la autobiografía un campo de buceo. En “Black out”, su más reciente libro, se abisma por la boca de su padre hasta adentrarse en las entrañas de su propi

No separaba la sed de las ganas de aturdirse. En todo caso, mi padre bebía para liquidarse, como yo. Primero para darse ánimo pero, enseguida, para perder la conciencia, calmando así cualquier angustia, mucho y rápido con su boca insaciable. Hasta el sopor y el sueño o el coma intermitente antes del horror de despertarse en la feroz lucidez del día. Bebo en exceso porque bebo con la boca de mi padre”. Con el duelo por la muerte del padre, pues, empieza “Black out”.

De noche, la narradora se sumerge en las aguas del Tigre. Se deja llevar por la corriente del río negro. Atraviesa el momento. Son dos los que se han refugiado en el Delta para decantar la despedida: su amigo Gumier que ha perdido a su amante; ella, cuyas lágrimas empantanan la figura perdida. De cada lado, la orilla se aleja. El amigo, preocupado, la llama desde el muelle. Pero se deja llevar, corriente abajo. Flota hacia el centro de las aguas, hacia el límite de sí.

Como Viel Temperley, ella nada. Ahí, en ese humedal que destila historias tremendas, muda su piel de lagarta.  El Tigre, claro, es un territorio mítico.

En "Black out", María Moreno destila memoria y literatura, navega hasta despertarse en la "feroz lucidez del día". Recuerda con nitidez la boca de su padre, un misterioso agujero del que extrae su textual bocanada. "Bebo en exceso porque bebo con la boca de mi padre."

Pero no es el padre, es su hocico salvaje el que exhala, es su propio cuerpo. “La parte que más me atrae o me banco de mí son mis ojos porque son totalmente artificiales: producto de mi lápiz graso. También me gustan porque sin maquillaje delatan estupidez y animalidad: son ojos de conejo y eso me hace sentir irresponsable, un sentimiento liviano y agradable”, dice frente al espejo de la pc.

- Al beber por la boca del padre, ¿qué manantiales personales se decantan?

- Los que precipitaron en la novela pero no son abismos, son zanjas, charcas, a lo sumo bañados, formaciones hídricas donde es posible no ahogarse, con algunas criaturas devaluadas como renacuajos, caracoles, pulgas.

- ¿Qué te pasa con el Tigre?

- Es un lugar para salir de escena y un archivo político literario: allí Sarmiento planeaba  implantar góndolas, Marcos Sastre creó “El Tempe argentino”, hay algo de la naturaleza selvática de los cuentos de Quiroga. Durante la dictadura fue refugio de los disidentes sexuales  y de los militantes políticos y....como diría Perlongher, hay cadáveres.

Allí, recordamos, tomó Lugones, el poeta nacional, su whisky con cianuro.

- ¿Qué entraña la escritura autobiográfica para vos?

- Mi escritura autobiográfica es una coartada para el micro ensayo , ese “yo”  es en realidad “ellos”. Me coloco como testigo.

María Moreno -que nació con el nombre de María Cristina Forero-  juntó su primer nombre “legal” con el apellido de su hijo, aunque también existe la versión de que quiso feminizar la identidad del primer periodista: Mariano Moreno. Su formulario laboral dice que es crítica cultural y narradora. Eso es poco. Más saben sus lectores que a través de miles de artículos, ensayos, programas y libros pueden rastrearle un prontuario intelectual más tórrido: columnista serial, editora feminista, periodista del margen, biógrafa erudita, filósofa de la experiencia dura, reportera del crimen, ensayista de género, entrevistadora y cronista urbana experta en callejeo, en política sexual y en contra-cultura.

Sus textos asoman a una cornisa desde donde se oye el “griterío” de otras voces lúcidas (Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik, Susana Thénón) preguntando “¿En qué piensa esa mujer? ¿Cómo piensa esa mujer?”.

Tinta y alcohol

- ¿Cómo fue el proceso de construcción de este libro?

- Daniel Ulanovsky Sack me pidió una nota íntima para su revista Latido sobre mi relación con el alcohol. Salió un texto de unas 20 páginas que llamé “La pasarela del alcohol” aunque fue publicado con otro título. Con ese disparador fui canibalizando otros textos y creando nuevos a la manera de un Frankenstein.

- ¿Después de tanta escritura, ¿qué luchas importan? ¿Qué barcos resisten?

- No asocio la escritura a la lucha aunque se la pueda leer  en esa clave. No creo en escribir en lucha cuando se trata de ficciones, aunque me parece más militante la película “Freaks” que “La hora de los hornos”. No me bajo de El barco ebrio.

Moreno derramó en el libro un tributo a la comunidad del bar. Una “genealogía etílica” que moldeó en las tabernas de la intelectualidad.

Ha dicho: “Hay una historia política del alcohol, va cambiando según exigencias del sistema. Cuando se necesita que el obrero produzca, se lo admite ‘cocado’, el alcohol no es un tabú. Cuando ellos empezaron a ir al bar para organizarse además de beber, ahí comienza a ser un problema. Las feministas inglesas del siglo XIX comienzan a tomar los bares”. Alfonsina en el Café Tortoni, Norah Lange en el Auer’s Keller.

Ella admite haberse acercado al bar como grupie, a oír las conversaciones de quienes luego serían sus amigos y colegas de ginebra y whisky. ¿Pero dónde están sus compañeros? Ella lo explica en Black out.

Desde la casa familiar, avanza cronológica y fragmentariamente al encuentro con la pandilla regada por el licor y  el palabrerío.

Moreno escribe: “Si el olvidar es siempre una selección y edición de los recuerdos que oscilan entre los felices y los soportables, para el alcohólico gran parte de ellos pertenecen a la selección y memoria de los demás. Y existen pocas damas y caballeros dispuestos a olvidarlo todo por cortesía hacia él”.

La memoria etílica conduce el viaje interno.

—¿Cómo trabaja la memoria en el libro?

—El alcohol corta la cronología, por la amnesia y la repetición. Yo separé el libro en tres partes que se repiten, cada una responde a un orden diferente: La pasarela del alcohol, al del retrato; Del otro lado de la puerta vaivén, al del microensayo; Ronda, al del territorio.

Miguel Briante, Norberto Soares, Charlie Feiling y Claudio Uriarte son los cuatro personajes retratados en el libro, cuatro colegas de fonda.

Pero de cada uno de ellos, no hace loas. “Yo no trabajo con los yo ideales, quiero creer. Que es un poco lo que ocurrió cuando murieron.

Los machos amigos dando rienda a las loas, una cosa un tanto mitológica, y no en atenta a las obras. Yo trato de buscar la posición estética de cada uno”, dijo.

“Se acabó la fiesta”, resume. Por eso Black out es un libro de duelo, aunque sin melancolía.

Fragmento de "Black out"

No se puede llorar en una sustancia que se funde en las propias lágrimas. Y Gumier Maier, sentado en el muelle, podía verme desde lejos pero no hasta el punto de darse cuenta de que estaba llorando y, de haber estado más cerca, tampoco habría sido capaz de diferenciar sobre mi cara el agua del río de las lágrimas. Ese llanto, una vez derramado, terminaba también por ser irreconocible para mí, que no debía distraerme del tráfico y de nadar respirando acompasadamente al ritmo de las brazadas. Tuve la tentación de no volver, de seguir río abajo hasta la zona de quintas deshabitadas donde los muelles rotos me impedirían subir de nuevo a tierra. No intentaba una hazaña, ni siquiera una temeridad. Era como si el llanto y la natación se hubieran conjugado para desatar una especie de euforia, de prueba de potencia. Aun nadando contra corriente, sin mucho esfuerzo, los pies podían tocar el fondo. Sólo en medio del río era profundo. Pero existía en la deriva de mis pensamientos un horizonte de sin razón, una desobediencia que yo asociaba al gesto de John Glenn cuando, suspendido en el espacio, apenas conectado a la aeronave por un cable, dejó de escuchar la orden de volver, para gozar por un instante de ese flotar fuera de lo humano.

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