Beatriz Bragoni, embajadora de nuestra historia

La intelectual mendocina ingresó a la Academia Nacional de la Historia. Fue propuesta por un grupo destacado de especialistas en las ramas económica, política y social de esta ciencia. “Historia no es una novela o ficción; historia es pensar en términos d

Beatriz Bragoni, embajadora de nuestra historia
Beatriz Bragoni, embajadora de nuestra historia

El estudio de los hechos pasados por parte de Beatriz Bragoni es incansable. Desde su época de estudiante, esta mendocina daba señales de su inclinación desbordada por lo que fue, como un modo preciso de construir el presente. Cuando, luego de obtener su título de grado en Historia en la UNCuyo, en 1985, continuó con el doctorado en la Universidad de Buenos Aires y realizó estudios posdoctorales en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, en París entre 1999 y 2000.

En la actualidad Beatriz Bragoni es titular de la cátedra Historia de las Instituciones Argentinas I de la Facultad de Derecho de la UN Cuyo e investigadora independiente del Conicet en el Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del Centro Científico Tecnológico de Mendoza.

Especialista en historia social y política argentina del siglo XIX, entre sus publicaciones se destacan los libros, "Los hijos de la revolución" (Taurus, 1999) por el que recibió el premio Academia Nacional de la Historia, "San Martín. De soldado del Rey a héroe de la Nación" (Sudamericana 2010) o "José Miguel Carrera. Un revolucionario chileno en el Río de la Plata" (Edhasa 2012).

La proyección internacional de sus aportes a la historia política argentina y latinoamericana se pone de manifiesto además en numerosos artículos, capítulos de libros y presentaciones en congresos editados en el país y en el exterior, como también por haber sido invitada a dictar clases y conferencias en México, Colombia, Perú, Chile, Uruguay, España y Francia, entre otras universidades nacionales, públicas y privadas.

-¿Cómo se dio tu incorporación a la Academia Nacional?

-Se realiza bajo propuesta de los académicos de número de la institución; luego de ser analizada la postulación y admitida por una comisión especial, se considera por los miembros presentes en la sesión y se vota la incorporación. La Academia tiene dos tipos de académicos: los de número y los correspondientes por provincias o países.

Mi incorporación corresponde a esta segunda categoría y fui propuesta por un grupo muy destacado de especialistas en historia económica, política y social, aspecto que me distingue, por cierto. Muchos de ellos son autores de obras clásicas de la historiografía argentina contemporánea que pueblan no sólo los programas de enseñanza universitaria y de posgrado, también se reeditan y cubren bibliotecas y mesones de librería.

-¿Qué significa en lo personal este reconocimiento y qué supone en la praxis?

-Me alegro mucho por lo que dije antes; quienes me propusieron son historiadores de los que he aprendido mucho y me distingue que me hubieran propuesto como académica correspondiente por Mendoza. El reconocimiento es a la historia argentina que enseño y escribo. Recibí la noticia con satisfacción no sólo por lo que representa el reconocimiento a mi trabajo, sino porque también lo pude disfrutar con mi familia, que me ha acompañado siempre y estimulado a seguir trabajando.

Disfruté también con mis colegas y amigos por lo que representa la institución en nuestra disciplina. Pero sobre todo disfruté mucho de las manifestaciones vertidas por los estudiantes: me hizo ver las implicancias de pararte en un aula y dar clases, y sobre todo confirmé algo que una vez leí de Piglia: la clase constituye una experiencia de circulación cultural formidable. Es una pena que hayan sido desnaturalizadas y cuestionadas…

-Como representante de Mendoza, ¿qué objetivos te proponés llevar adelante desde la institución?

-Mendoza tiene tradición en la incorporación de académicos de número y correspondientes. No soy la primera ni la única; la diferencia reside en todo caso en las corrientes historiográficas que desarrollo en los ámbitos académicos de la provincia, ya sea del sistema científico como en la Facultad de Derecho de la UNCuyo.

El objetivo que he perseguido desde mi formación de posgrado ha consistido en renovar los estudios históricos en y sobre Mendoza, los cuales han descansado en vertientes nacionalistas y/o revisionistas, y privilegiado el estudio de las dimensiones jurídicas, políticas e institucionales. En su lugar, he desarrollado líneas de trabajo que en sintonía con los estándares de la historiografía internacional, establecen relaciones entre lo social y lo político atendiendo especialmente a las prácticas, motivaciones y concepciones de los actores históricos.

Dicho supuesto y procedimientos de investigación tienen un fuerte componente empírico -es decir, descansa en documentos de época- y atiende a su colocación en el contexto con el fin de evitar caer en la tentación de visiones esencialistas o anacrónicas. En pocas palabras, hacer historia supone restituir, probar y argumentar cómo y por qué la gente de ayer no sólo pensó la política y el poder sino también cómo intervino (o no) en el espacio político y social con los recursos que tuvo a su alcance y que no suelen ser los mismos que los de hoy.

-En una historia que ha sido tejida tantas veces por hombres, que ha destacado la presencia masculina en los hechos históricos por sobre el rol de la mujer, ¿cuál es tu mirada sobre el tema?

-Todo relato supone un proceso de construcción en el que sus autores -hombres o mujeres- filtran concepciones, experiencias, geografías, instituciones, etc. No estoy tan segura de una forma de escritura femenina y masculina diferenciada en el campo científico o académico; este suele estar ritualizado generando una especie de formato y lenguaje técnico. Más que registro femenino o masculino o queer, lo que resulta ineludible admitir es que el historiador/a tiene una participación muy activa en la restitución del pasado que visita en cuanto selecciona problemas, busca la información básica que le permite verificar o no sus sospechas, y organiza la exposición de sus resultados en un relato o narración que ofrece a sus pares o a un público interesado en saber algo más de lo que sabe o intuye sobre el pasado historiado.

-¿Considerás que de algún modo la historia de Mendoza a nivel nacional ha sido en cierto sentido minimizada? En tal caso, ¿a qué se debe esto?

-No se trata de que ha sido minimizada; en todo caso hay estudios sobre Mendoza que han despertado poco interés por su tono reivindicativo; hay otra cuestión vinculada a que Mendoza ha gravitado poco en la política nacional del siglo XX. De allí proviene el peso de la historia sanmartiniana y de Cuyo/Mendoza.

-En tu rol de historiadora, investigadora, docente y escritora, ¿qué desafíos te has planteado a la hora de transmitir los acontecimientos históricos?

-Hay dos cuestiones que me interesan particularmente: al enseñar me propongo explicar de manera simple fenómenos complejos porque admito que aprender Historia no es fácil; no es un mero acto de memoria. Enseñar o aprender historia supone asumir el desafío de pensar históricamente.

Es decir, se trata de un ejercicio intelectual que exige imaginar qué distingue las sociedades del pasado a las del presente que vivimos e integramos. Ejercicio de imaginación que tiene límites: historia no es una novela o ficción; historia es pensar en términos de las posibilidades que tenían los hombres y mujeres de pensar y actuar como actuaron.

-¿A grandes rasgos, qué temas han despertado tu interés?

-Me ha interesado especialmente el proceso de invención política entre fines del XIII y el siglo XIX; las revoluciones de independencia, y el violento y creativo proceso de formación de las repúblicas latinoamericanas. De allí los temas que he estudiado en mis libros; de allí mi interés por la revolución en Cuyo, y el sinuoso, contradictorio y estelar trayecto de San Martín que lo ubicó en la cúspide del panteón nacional.

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