Brasil: Bahía y su fiel Amado

Un viaje por la capital afro de América Latina a través de la literatura de Jorge Amado. Desde Salvador a la pintoresca ciudad de Ilheus -cuna del escritor- y sus historias con sabor a cacao.

La primera vez que fui a Salvador estaba obsesionado con ir a un terreiro a presenciar un ritual de candomblé. Pero uno "verdadero", de esos que se ven en las imágenes del gran fotógrafo Pierre Verger, y no los que recrean para turistas. Verger nació en Francia, pero adoptó Salvador como su lugar en el mundo y así lo fotografió, como si fuera un bahiano más. Y Salvador, y el candomblé, lo adoptaron a él. Tanto, que fue el primer hombre blanco y europeo en ser nombrado Babalorixa (sacerdote).

Mi contacto era un cura, al que podía encontrar en la iglesia de Nossa Senhora do Rosario dos Pretos, la que está justo en el centro del Pelourinho, una de las postales de la ciudad. Al principio no entendí; ¿El mismo cura que da misa lleva adelante una ceremonia de candomblé? Pero a Salvador no hay que intentar comprenderla. Las contradicciones son parte de su religión, el sincretismo es ley.

De iglesias y terreiros
Jorge Amado dijo alguna vez, como una forma de expresar la religiosidad del pueblo bahiano, que Bahia tiene una iglesia por cada día del año. Y, como su palabra es santa, así quedó flotando en el inconsciente colectivo. Este número, sin embargo, no está  muy lejos de la realidad. El Padre Mano el Filho, de la Arquidiósesis de Salvador, afirma en una entrevista que le dio a la Red Globo, que no existe un relevamiento oficial acerca de todo el estado, pero resalta que solo en Salvador existen 372 iglesias. Los números oficiales indican que hay más de mil terreriros, los templos donde se venera a los orixás, los dioses del candomblé, el culto africano que ayudó a los esclavos a hacerse fuertes y sobrevivir luego de atravesar mares y tempestades para poder llegar a este trópico salvaje que late como el África. Según el último relevamiento conocido, un estudio hecho por la Secretaría de Reparación y la Universidad Federal de Bahía, eran 1165 los terreiros hasta el 2006. Hoy en día se dice que hay más de dos mil, seguramente porque muchos han abierto en los últimos años y otros tanto no están registrados en ninguna parte.

Salvador de Bahía está en el noreste de Brasil, en América del Sur, pero sin dudas tiene un corazón africano. Quien mejor la describió fue Jorge Amado, el escritor que supo leer, comprender e interpretar ese mano a mano con sus moradores, ese trajinar por sus calles, para reinventar el cotidiano en clave de novela.

"La mezcla de sangre es muy grande y en su conciencia poca gente podrá negar al abuelo negro más o menos remoto", escribió en ‘Bahía de Todos los Santos’. Guía de calles y misterios. Y prosigue: "...Ciudad religiosa, sin duda. Sin embargo, ¿dónde se encontrarán en la religiosidad del bahiano los límites entre la religión y la superstición? Están las dos casi siempre confundidas y casi siempre predominando la última.

Los ritos religiosos adquieren aquí extrañas modalidades, los cultos católicos se mezclan con un aura fetichista. Hay algo de pagano en la religión de los bahianos, algo rayano con lo sensual y que hace que las múltiples iglesias no sean sino una continuación, estilizada y civilizada, de las macumbas misteriosas".

El casco histórico
El Pelourinho es pintoresco en su corazón y lumpen en sus fronteras. A partir de la declaración como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985, el casco histórico se vio revitalizado. De ser un enclave abandonado y marginal, pasó a ser un polo cultural y turístico. Por acá tiene su sede la agrupación Olodum y también los Filhos de Ghandy, uno de los blocos grupos de carnaval más tradicionales de la ciudad, el preferido de Gilberto Gil.

Y aquí, el Carnaval es cosa seria, todo un hito. Si hasta el Libro Guinness de los Récords lo legitimó como la fiesta callejera más grande del mundo. La celebración también está presente en la obra de Amado, que reverenció la fiesta de Momo, en “El país del Carnaval”, su primer libro, escrito cuando solo tenía 18 años.

En el centro del Peló, como le dicen sus moradores, está la Fundación Jorge Amado, el hogar donde vivió el autor de “Los capitanes de Arena”, un libro inspirado en los chicos de la calle, un retrato fresco de una banda de pequeños que vagabundean, que tiene problemas con la autoridad, pero que cuentan con la venia de curas y vecinos, chicos de la calle compañeros y solidarios.

Amado supo transitar mucho estas callejuelas de piedra que suben, bajan, serpentean entre caserones color pastel, ahora devenidos en hostales y tiendas de recuerdos, colosales iglesias portuguesas, barcitos y restaurantes que por la noche animan a locales y visitantes al son de los clásicos de la bossa nova, y la música popular brasileña.

En la Praça da Sé, una zona del Pelourinho muy transitada por turistas, los capoeiristas hacen de las suyas. Pirueta para aquí, pirueta para allí, patadas estrambóticas, demostraciones de habilidades que dejan boquiabiertos a los viajeros, sobre todo a las rubias nórdicas, presas favoritas de la seducción por los musculosos danzantes.

Los portugueses dejaron su marca indeleble, sus crucifijos e iglesias, sus casonas y el idioma, pero son los afrodescendientes quienes marcan el pulso de esta ciudad, a fuerza de ritos y costumbres, de transformar lo brutal en belleza. El ejemplo más cabal es la capoeira, aquella antigua lucha que los esclavos supieron disfrazar de danza para desorientar a los conquistadores.

Lemanjá, la diosa del mar
El Elevador Lacerda conecta La Ciudad Alta, el Peló, con la Ciudad Baja. Son cuatro  ascensores enormes con capacidad para que veinte personas bajen y suban con vista al mar. Se detiene justo frente al Mercado Modelo, el lugar hecho a medida del turista para comprar artesanías. Ahora, si el viajero quiere algo más "verdadero", deberá acercarse hasta la Feria de Sao Joaquim, en el barrio de Comercio, para darse un buen baño de la Bahía más autóctona.

El mercado, muy antiguo pero recientemente renovado, está más limpio y prolijo que hace un tiempo atrás, pero sigue siendo un gran caldo de aromas: frutas y verduras, carnes y pescados, animales vivos y animales muertos, especias, pimientos, aceite de dendé. Vendedores que van y vienen con carretillas pequeñas y carros de madera inmensos cargados de mercadería. Y sobre todo, productos para los rituales de candomblé. Imágenes de orixás, velas, inciensos.

La ciudad es como un gran centro ceremonial. Es afro y es cristiana. Es santa y pagana. Es ultra devota. Acá se venera a los orixás como en ningún otro lado. Uno de los rituales más sorprendentes es la Fiesta de Lemanjá. Cada 2 de febrero, una multitud se reúne en la playa de Río Vermelho para rendirle homenaje a la Reina del Mar.

Los rituales comienzan al amanecer: se encienden velas, se canta, se baila. Los fieles gritan, ríen y lloran hasta el desmayo. Le dejan ofrendas: perfumes, jabones, flores, caramelos o bombones. Lemanjá es coqueta. Al atardecer, los saveiros -embarcaciones típicas- zarpan repletas de cestos de flores para obsequiar a la diosa.

Jorge Amado le rindió homenaje en “Mar Muerto”, uno de sus primeros libros: “…la madre del agua es rubia y tiene cabellos largos y anda desnuda bajo las ondas, cubiertas apenas con la cabellera que se vislumbra cuando la luna pasa sobre el mar…”

La cocina
Salvador es una ciudad que parece estar en un estado de ebullición permanente, como el aceite de dendé en el que fríen las bahianas vestidas de blanco en la vereda, el sabroso acarajé, el plato-emblema. Comerlo es una experiencia exquisita, que también pude resultar peligrosa. Por algo su nombre viene de la palabra Akara, que significa bola de fuego.

Es una masa de "feijão fradinho", un poroto blanco pequeño, que se pone en remojo hasta que se ablanda, y se forma un pasta que se mezcla con cebolla, sal y pimienta. Se fríe en aceite de dendé, y luego se rellena con vatapá: harina, jengibre, pimienta malagueta, maní, aceite de dendé, cebolla y leche de coco; además lleva camarones, tomate y carurú, una preparación cuyo ingrediente principal es el quiabo, fruto de un árbol africano parecido a un pimiento verde. Se comen con la mano, y se hace indispensable acompañarlo de una cerveza bien helada.

Salvador tiene, como todo destino tropical, las olas, el viento y las palmeras, en las playas urbanas de la Barra, Ondina, Itapuá o Río Vermelho, que tientan al viajero al chapuzón, al agua de coco y la caipirinha frente al mar, que sirven como vía de escape al fascinante y agotador raid urbano.

La riqueza del cacao

Amado creció en Ilheus e inmortalizó la ciudad en su novela “Gabriela, clavo y canela”. Ilheus, a 450 kilómetros al sur de Salvador, tiene unos 250 mil habitantes que alguna vez supieron disfrutar de las mieles del cacao, una industria pujante que se hundió en la década del 80’ luego de la repentina aparición de una plaga devastadora conocida como la “vassoura da bruxa” (escoba de la bruja), que hasta el día de hoy obsesiona a los moradores. Pero mientras duró, el fruto dio sus frutos, y vaya que los dio.

Una vuelta por el Centro Histórico sirve para comprender la bonanza que este cultivo trajo hasta estas costas donde el joven Amado se formó. Las construcciones más importantes, como el Teatro de Ilheus o el Palacio de la Prefectura, y los caserones de los hacendados -que en estas latitudes y por una buena cantidad de reales, ostentan el título de coroneles- se han levantado gracias al bendito cacao, traído desde Pará, en Amazonas, a mediados del siglo XVIII. Hacia 1920, Ilheus era una ciudad pequeña, pero rica y ostentosa, que tuvo que construir un puerto especialmente para exportar el fruto de la riqueza.

La Catedral de Sao Sebastiao, erigida en 1967, es considerada una de las más bonitas de toda Bahía. Ubicada en el casco histórico, está de espaldas al mar y de cara al bar Vesubio, que se volvió famoso mundialmente gracias a la pluma de Amado, inmortalizándolo en la novela que relata las andanzas de Gabriela, cocinera del local cuyo dueño era Nasib, con quien la protagonista tuvo un romance furtivo.

En el Vesubio – siempre según la novela- se reunían los coroneles del cacao a beber y mientras mandaban a sus mujeres a misas eternas, en complicidad con el cura, para internarse en un túnel secreto que desembocaba en el burdel donde los esperaban las meretrices.

Las historias de Amado no cayeron nada bien en la sociedad ilheense de aquella época, y tuvo que abandonar su ciudad. Pero hoy en día, el escritor fallecido en 2001 es ilustre aquí. La calle peatonal lleva su nombre, la casa dónde creció es un museo que atesora sus objetos más preciados; entre ellos, la vieja Olivetti donde describió este lugar como ningún otro. Y en una mesa del Vesubio se puede dialogar con su espíritu, aunque más no sea con su estatua, firme allí como en los viejos tiempos del cacao.

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