Aquel servicio de noticias

La comunidad mendocina del pasado siglo XX contaba con un buen servicio de noticias a través de los diarios Los Andes y La Libertad, en la mañana, y los vespertinos La Tarde y La Palabra, que fueron remplazados por El Andino durante muchos años, siempre con mayor tiraje y penetración de Los Andes como diario decano de Cuyo. Los diarios La Prensa y La Nación llegaban por tren al día siguiente de su edición.

Los noticieros de la mañana y de la noche los emitía Radio de Cuyo, que recibía en cadena desde Buenos Aires los mejores programas de Radio Belgrano y, localmente, los radioteatros eran lo más escuchado en horas de la tarde. Eran los medios de difusión más modernos que nos brindaban un servicio de noticias sobre los acontecimientos nacionales locales e internacionales que permitía que nuestra ciudadanía estuviera bien informada.

En cada edición de un diario participan numerosos periodistas, columnistas, editorialistas, técnicos de taller de impresión, fotógrafos y diseñadores gráficos, todos de reconocida capacidad y responsabilidad para obtener una publicación puntual y mantener bien informada a una población.

A la vez, en cada familia el diario es leído muy temprano por las personas mayores y en diferentes horas del día por los hijos, eligiendo cada uno los temas que más les interesa de acuerdo a sus actividades, mientras que en las empresas, comercios, reparticiones públicas y diversas instituciones cumplen un importante servicio económico, político y social tomando nota de las críticas o sugerencias de los servicios públicos que no se cumplen puntualmente y la responsabilidad de los funcionarios. El ejemplar de un diario permite su lectura a diferentes horas del día dedicándole el tiempo que dispone para recortar editoriales, publicaciones científicas, estadísticas o resultados de conferencias sobre salud, educación o ciencias.

Los lectores mayores valoraban humanamente la tarea que cumple desde muy temprano el repartidor de diarios, conocido como “Canillita”, y muchos los esperaban cada mañana para recibir personalmente el diario, saludarlo y algunos hasta compartían con él un mate, muy oportuno en mañanas frías, como reconocimiento del duro trabajo en días de lluvia, viento o frío que hacían hombres a pie, algunos en bicicleta, yendo a las zonas rurales a caballo o a lomo de mula. En aquellos años no había sindicatos que los defendieran y las empresas editoras no los ayudaban ni le festejaban el Día del Canillita.

Como sucede hoy, el domingo era el día de mayor tiraje por lo que también era el ejemplar con más publicidad. A la Ciudad de Buenos Aires, Casa Arteta, Gath & Chaves y El Guipur (todas empresas desaparecidas) anunciaban las mejores ofertas de la semana. También los domingos los ejemplares tenían más información y ofrecían notas periodísticas especiales, entrevistas; comunicaban sobre los espectáculos de la semana y una amplia información sobre las actividades sociales mediante la publicación de casamientos con nombre y apellidos de los novios, padrinos y testigos como también la iglesia y nombre del sacerdote que bendecía el matrimonio. Fiestas de cumpleaños, aniversarios de bodas y despedidas de solteros y el nombre de las personas que viajaban, miembros de tradicionales familias. En la actualidad son muy considerados los fascículos que desarrollan diferentes temas; como ejemplo personal, la publicación del Martín Fierro (obra que tenía postergada) que publicó La Nación en fascículos semanales, los que pude leer con toda comodidad.

También se ofrecen obras de escritores premiados y estudios de temas científicos, culturales y económicos semanalmente en cada ejemplar, como promociones de suscripción con tarjetas para obtener descuentos en las compras de los principales comercios de Mendoza.

Aunque se aproveche el buen servicio informativo de radios y canales de televisión, el diario nos permite disponer de sus informaciones en cualquier momento del día, releerlo, aclarar dudas en la familia, en la empresa, oficinas públicas. En los últimos años se ha puesto de moda concurrir al bar a tomar un café y aprovechar para echarles un vistazo, porque esos comercios tienen a disposición del cliente los ejemplares de los principales diarios desde muy temprano.

En la segunda mitad del siglo XX no había inflación. El valor de un diario se mantenía en $ 0,10; en Buenos Aires, El Mundo y Clarín, durante décadas se vendían a $ 0,5, lo que les permitía un mayor tiraje y, por lo tanto, una mayor venta de publicidad, avisos que adornaban las páginas.

Es bueno saber que los diario del siglo pasado contenían menos páginas, la mayoría en una sola sección, impresos sólo con tinta negra, sin suplementos especiales, con menos aporte publicitario, lo que les obligaba a manejarse con presupuestos más limitados. 
Sería conveniente que las empresas que se dedican a controlar el tiraje con fines publicitarios tuvieran especialmente en cuenta la cantidad extra de lectores que, sin comprar un diario, como he mencionado, pueden leer en los cafés y en otros ámbitos.

Destaco finalmente que los diarios de la mañana no pierden vigencia aun cuando una numerosa cantidad de lectores se informan a través de la computadora en diferentes horas del día.

Por su parte, las emisoras de radio y televisión desde muy temprano informan a su público dando lectura de los titulares de diarios, editoriales y notas relevantes.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial  de Los Andes.

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