Aprender a ser humanos

En un texto que es una vibrante defensa de la verdad, el antropólogo británico Ernest Gellner explicó que “nuestro mundo es ciertamente un mundo plural, pero se basa en la unicidad de la verdad, en el pasmoso poder tecnológico de un particular tipo de conocimiento, a saber, el conocimiento de la ciencia y de sus aplicaciones. La ciencia es acumulativa y no vuelve sobre sus pasos: dentro de ella existe un consenso sin coacción alguna. Nadie sabe muy bien cómo ocurre esto, pero la paradoja está en que mientras la ciencia misma es consensual, la filosofía de la ciencia, de manera sumamente notable, no lo es” (La unicidad de la verdad, 1992).

Gellner sostiene que ese consenso universal en torno de la ciencia y de la técnica no se extiende a todas las disciplinas del saber.

Mientras que sobre las ciencias llamadas “duras” (física, química, matemática, astronomía, ciencias naturales y de la salud, tecnología, ingenierías varias) no hay discusión, las “blandas”, es decir, las ciencias sociales y las humanidades (la filosofía de la ciencia, por ejemplo) son seriamente cuestionadas.

Este contraste entre la apreciación social de los saberes se ha puesto en evidencia en los recientes recortes en el ingreso de investigadores en el Conicet. Al parecer, el sistema nacional de ciencia y técnica sólo deriva su razón de ser y su prestigio de las ciencias duras, mientras que las humanidades y las ciencias sociales se han convertido en el foco de las críticas e impugnaciones.

Podríamos preguntarnos si por el solo hecho de estar en esos campos tan prestigiados del saber una investigación es válida o útil. Pero ese es otro problema.

Es curioso que la discusión se dé en estos términos precisamente en nuestro país. La Argentina está decidida a desarrollar conocimiento científico, y eso está muy bien. Pero las ciencias más apreciadas tienen poco que ver con los principales problemas que la aquejan.

¿Cuáles serían esos problemas? Propongo algunos sobre los que será difícil no estar de acuerdo: educación, seguridad, pobreza, corrupción.

¿En qué consiste el fracaso de la educación? En que el sistema actual no forma buenas personas ni ciudadanos participativos ni profesionales preparados ni trabajadores eficientes. ¿Por qué es importante que las personas vivan seguras? Porque es la única manera de tener libertad, que es condición para una vida buena. ¿Cuáles son las causas de la pobreza? La falta de recursos no solamente materiales, sino principalmente intelectuales, morales, afectivos. ¿En qué consiste la corrupción? En usar recursos públicos para provecho personal.

¿Qué tipo de soluciones a estos problemas pueden ofrecerse sin tener en cuenta las humanidades o las ciencias sociales? Hemos visto ejemplos recientes de esto: la educación se intentó resolver con la construcción de edificios escolares y la distribución de netbooks; se pretendió combatir la inseguridad con la instalación de cámaras; se buscó terminar con la pobreza por el trámite sencillo de meter dinero en el bolsillo de los pobres. Respecto de la corrupción, la respuesta usual ha sido negarla o minimizarla en función del proyecto político en marcha (“roban pero hacen”).

¿Es que las humanidades y las ciencias sociales -educación, derecho, sociología, moral- no tienen nada que decir al respecto? Aunque más no fuera por el rotundo fracaso de las medidas adoptadas, la tarea de explicarlo es propia de quienes se dedican a estas disciplinas.

Algunos de esos problemas tienen un origen económico. ¿Cuál es el principal problema económico del país? Podría resumírselo como el persistente fracaso en equilibrar la relación entre producción de bienes y su distribución. Las políticas en esta área terminan desbalanceando la economía nacional en un sentido u otro. ¿Dónde conseguir respuestas eficaces a este problema si no en la ciencia respectiva? Pero ¿puede considerarse a la economía una ciencia exacta, una ciencia dura? Quien afirme esto desconoce su estatuto científico. No solo tiene que ver con los números sino que también es una ciencia del comportamiento humano: una ciencia social, de las que antes se denominaban morales.

Podemos ampliar aún más el campo de análisis. ¿Qué objeción podríamos encontrar en plantear estos problemas -incluido el económico- en términos políticos? Todos ellos forman parte fundamental de esa actividad. Creer que la política es una actividad exclusiva de los políticos y desprovista de toda formalización científica explica bien nuestros problemas en ese aspecto.

Quien no entiende la política mal puede practicarla bien. Cuando Albert Einstein decía que la política era la ciencia más difícil parecía estar bromeando, pero revelaba una verdad muy profunda.

Todas estas disciplinas del saber dependen de la concepción que se tiene del hombre y de la sociedad: el fundamento de las ciencias humanas y sociales, de forma más evidente que las duras, es filosófico.

El tipo de certeza de estas ciencias es, como ya advirtiera Aristóteles, menor que la matemática. Lo cual no implica concluir que se trata de un conocimiento despreciable o inútil. Es un error frecuente pensar que el valor de una ciencia depende de la precisión o la certeza de los datos que produce: así, por ejemplo, las matemáticas serían más útiles que las ciencias médicas.

De hecho, ¿cuáles podrían ser los fundamentos de una sólida política de investigación científica y técnica? Respecto del factor humano, Howard Gardner sostiene que los buenos científicos no pueden ser malas personas. Si se mira el factor social, ciencia y técnica sólo puede sustentarse en el Estado y las instituciones. Promover la ciencia es siempre una decisión política.

John Agresto explicaba que defenderlas como complemento de la formación en las otras ciencias constituye el suicidio de las humanidades: no es que las ciencias humanas nos hacen “más” humanos. Nos hacen humanos sin más, nos enseñan lo esencial de ser humanos.

La discusión sobre el valor de las ciencias humanas y sociales, no obstante, debería servirnos para que los que nos dedicamos a ellas hagamos una profunda autocrítica. Sería idiota negar que con el pretexto de investigar en humanidades y ciencias sociales se produce conocimiento inútil (lo cual es una contradicción en sí misma), se reproducen ideologías y teorías destructivas que no sirven para entender al hombre ni a la sociedad: hay teorías políticas contra la política, teorías jurídicas contrarias al Derecho, teorías educativas que conspiran contra la educación, teorías filosóficas que abocan al hombre a la desesperación, etc.

En este sentido, los humanistas y cientistas sociales deberíamos examinar muy rigurosamente nuestra propia producción: decía Epicuro que vano es el saber que no alivia algún dolor humano. ¿Nos hacemos esa pregunta con cierta regularidad?

Sólo así, sólo siendo exigentes con nosotros mismos podremos persuadir a nuestros semejantes, particularmente a los políticos, de que estamos produciendo conocimiento imprescindible para la calidad de vida de nuestras sociedades.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA