Aguante la ficción: "Beware of the angry mob"

La multitud de afuera compuesta por psicólogos, prostitutas, pacientes, clientes, inquilinos y habitantes no habían logrado entrar aún al departamento de la calle Lisboa. El electricista luchaba contra la puerta, tirando aflojando, metiendo algo, no parecía muy profesional, la multitud estaba a punto de atacarlo cuando un crujido precedió a la apertura.

El ruido del triunfo, el sonido del campeón, el señor electricista sabe que ese es su momento, que pocos más tendrá como ese, de tanto esplendor y compañerismo, algunos le palmean el hombro, algún frase aduladora que hace años no recibe, hasta alguna de las féminas dejara deslizar apenas una caricia, una insinuación, el piensa: necesita un hombre como yo, fuerte, que sepa arreglar las cosas.

Todos los inquilinos, las prostitutas, los pacientes, los dueños, olvidaron sus miserias y se abrazaron para festejar, entre la multitud sobresale Analía, pobre, siempre sobresale en las multitudes, ella mide más o menos un metro noventa, que ya es una medida alta para cualquier mujer pero mucho más en esta ciudad donde la mayoría son enanos, no solo de estatura física sino también moral.

Analía se sentía un poco atomizada, cada uno de sus ojos apuntaba para un lado distinto, un ardor recorría su vientre y expelía por sus pezones y por su boca, ella no se había drogado, no voluntariamente al menos, quizás alguien había puesto algo en su trago con la intención de violarla luego pero se había olvidado, un violador prevenido pero desorganizado, entonces un poco drogada, un poco asqueada por el olor a pollo hervido que despedía su vecina, su nariz sufrió un leve hundimiento. Ahora que sabía de la procedencia del olor, se había vuelto aun más insoportable.

“Todo el día comiendo pollo” porque la verdad que era aún temprano para almorzar.

Su nariz se hundía cada vez más y Analía se enteró por la cara de las personas que la rodeaban, primero comenzaron a apartarse de ella, luego una gritó. Luego ya no importó porque la multitud estaba disuelta y Analía corría llorando por los pasillos hacia su departamento.
Analía tenía una hermana, Joana, ella trabajaba en un restaurante vegetariano  y siempre le pasaba lo mismo, todos los días era la misma historia, antes de advertirlo, ya estaba sumergida en una discusión sin sentido, gritos e injurias.

En su momento de silencio dentro de la discusión, mientras su jefe Ricardo decía casi incoherencias, ella pensaba en lo innecesario de la situación: "¿Por qué tengo que escuchar a un desconocido gritando, utilizando palabras hirientes para describirme?  No lo conozco. No me conoce. No tiene poder sobre mí." Después de pensar estas palabras mágicas las dijo en voz alta. 
"No tienes poder sobre mí".

Y a diferencia de "Laberinto" el que desapareció no fue el bebé sino ella. Se fue desvaneciendo lentamente, fue dejando atrás los que-empezaban-a-ser-gritos de un hombre desconocido y desorientado que hizo de su jefe hasta ahora.  Joana piensa que no nació para recibir órdenes. Y que seguro todos piensan eso, pero lo de ella es verdadero. Nunca más se someterá a tan perversa relación humana. 
En su camino de vuelta a si casa se se sintió perdida, llegó a la puerta de su edificio en el mismo momento en que la multitud comenzaba a deshacerse.

Joana pudo oler la situación que había ocurrido, algo dedujo, supuso que su hermana tenía algo que ver. Subió al departamento que compartían y ahí la encontró, llorando frente al espejo del comedor con la nariz hundida hasta el fondo.

Mantienen este dialogo mientras caminan hacia el balcón del departamento a fumarse un cigarrillo.

"Tará..¿dónde estabas? Te estuve llamando toda la mañana y sonaba sonaba pero no atendías."
"Es que no puedo atender, lo oía sonar … pero…" Analía la mira sin comprender y Joana le devuelve la mirada, que viene de abajo con cierto espanto. Analía expulsa el humo de su cigarrillo por su nariz hundida, lo que produce unas risitas en su hermana menor.
Joana llama a Analía. A lo lejos, o a lo interno se escucha la melodía de Björk. 
Joana la mira espantada: "¿estamos llamando allí abajo"? Analía responde "esta allí abajo, allí adentro".
"Está allí dentro", dijo Analía, "y no tengo idea de como llegó ahí".
"Ni hablar de cómo hizo para entrar ahí. ¿O eso te parece … habitual? Eso es algo que haces … siempre?
"No tarada", respondió Analía, "tengo un Nokia de esos finitos, no es la gran cosa, pero quizás lo estaba tratando de proteger de algo"
"O alguien", responde Joana mientras abre la puerta de su departamento.
El hecho de que el celular de Analía se encontrara dentro su cuerpo no la asombró en lo más mínimo. Primero su nariz estaba hundida, ahora su teléfono sonaba desde adentro suyo.

Analía se interna en el baño mientras Joana se pone a cocinar algo.

Después de una hora, a fuerza de ejercicios yoguísticos Analía había logrado recuperar su celular y una bolsita con pastillas que encontró ahí dentro de su vagina, se bañó y logró relajarse un poco, al salir del baño Analía recuperó el alma con un té y  un sándwich gourmet y unas frutillas con crema con la cara de papá Noel que quedaron de las fiestas de Navidad y Año Nuevo.  
Analía comió desesperada. Joana volvió a la ventana.

-"Renuncié a mi trabajo y jamás volveré a tener un jefe", dijo Joana.
 Analía la mira sin entender de qué habla. Ella nunca ha tenido jefes, no tiene responsabilidades y no conoce los horarios, entonces nunca puede entender a su hermana/amiga y responde sin pensar:

-“A mí me han pasado cosas peores en las últimas 48 horas, no sé de qué me hablas, deberías preguntarme que me pasó a mí, qué hice, siempre pensando en vos misma.” Joana la mira enojadísima pero se contiene, ella si entiende a su amiga. Entiende que no entienda. Y desde que la conoce no ha podido modificar ni mínimamente esa conducta irracional y estúpida que tiene, pero de algún modo la quiere. No mucho, pero la quiere. Le encaja un cachetazo en la nuca y la nariz de Analía sale.

Esa misma noche, el electricista que todos quieren, sale a caminar cubierto con un gorro de lana y anteojos negros. Recorre la noche, elige un edificio nuevo y, usando sus conocimientos aprendidos en el reformatorio, descompone el portero eléctrico y la puerta de salida. Vuelve a su casa y espera el llamado. Y todo vuelve a empezar. Analía alta, su nariz hundida, todos felicitan al electricista, putas, clientes, pacientes, inquilinos, Joana se esfuma ante su jefe que no tiene poder sobre ella.

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