¿Surge un peronismo M (macrista)?

¿Cuáles son los vasos comunicantes que hay entre el PRO y el PJ? Macri está eligiendo a su adversario, el cristinismo, del mismo modo que lo hizo el matrimonio Kirchner con los medios de comunicación.

Mario Fiore - mfiore@cimeco.com - Corresponsalía Buenos Aires

Emilio Monzó es el peronista que más incidencia tiene en el presidente Mauricio Macri. Se trata del titular de la Cámara de Diputados, del responsable de la implosión del Frente para la Victoria (FpV) en esa Cámara y del principal nexo que tiene el gobierno nacional con los partidos políticos tradicionales: el justicialismo y el radicalismo.

Antes de hacerse macrista, Monzó fue primero ministro de Asuntos Agrarios de Daniel Scioli cuando el ex motonauta llegó a la gobernación bonaerense en 2007, pero mantuvo fuertes roces con Néstor y Cristina Kirchner y tuvo que dejar el cargo a fines de 2009. Poco después se pasó a las filas del PRO y durante el segundo mandato de Macri en la Ciudad de Buenos Aires ocupó el Ministerio de Gobierno.

Los radicales como Ernesto Sanz negociaron con él el armado de Cambiemos y los peronistas que hoy deben gobernar sus provincias encuentran en Monzó el entendimiento que no logran con los dirigentes del PRO que no sólo no vienen de la política tradicional sino que, además, la desdeñan.

La muñeca de Monzó a la hora de dialogar con sus ex compañeros del PJ le arrojó a Macri el primer éxito político de su presidencia: la ruptura del bloque K en Diputados. Aunque es claro que esta primera conquista no podría haberse dado en otro contexto que no sea el de la enorme confusión que reina en el justicialismo pos derrota electoral.

Ante un peronismo fragmentado, sin liderazgos claros después de que el grueso del partido resolvió, más rápido de lo que podría haberse imaginado, dejar atrás la etapa kirchnerista y la conducción de Cristina Fernández, Monzó encontró el eco necesario para llevar adelante la difícil tarea de construir una coalición parlamentaria que dé gobernabilidad al macrismo hasta 2017, cuando se realicen las elecciones de medio término y todo vuelva a discutirse.

El hecho de que sea un peronista el artífice de que Macri haya logrado romper el bloque del FpV en la Cámara de Diputados y acercarse así al control de la misma a través de una compleja red de alianzas parlamentarias que incluyen al justicialismo, nos permite observar que hay vasos comunicantes entre dos partidos que durante la última década parecieron habitar realidades paralelas.

Esa fuerza nueva y pos-ideológica que pretende ser el PRO y ese partido creado para permanecer en el poder que es el PJ, tienen un elemento en común: ambos son esencialmente pragmáticos. Mientras el peronismo comenzó un proceso de transformación para acomodarse a los nuevos tiempos de Macri olvidando el guión de hierro del relato que Cristina Fernández y sus adláteres bajaban como órdenes y propagaban propagandísticamente, el PRO está demostrando habilidades para negociar con el partido que derrotó en las urnas mimetizándose con algunos usos y costumbres.

Esto último puede advertirse en que el macrismo está llevando adelante la misma operación política que realizó el kirchnerismo: está decidiendo quién será su oposición, la está delineando a su gusto y conveniencia. Por eso el Presidente señala sólo a los seguidores de Cristina Fernández como obstruccionistas y anti democráticos y preserva buenas relaciones con gobernadores del PJ, con peronistas disidentes del kirchnerismo (Rodríguez Saá, De la Sota, Massa) y con los dirigentes que por estas horas están guardando en un cajón las fotos de Néstor y Cristina Kirchner (Diego Bossio).

En el momento de mayor convulsión política de la era kirchnerista, cuando el Gobierno nacional se enfrentó con los agricultores por las retenciones a la soja, el entonces oficialismo también eligió a quién poner en la vereda de enfrente: los medios de comunicación y las "corporaciones" o "poderes fácticos".

Esa jugada política-retórica del kirchnerismo llevó al entonces oficialismo a despreciar el diálogo con los partidos opositores, a imponer sus mayorías en el Congreso y evitar la discusión de leyes centrales; a sostener que los adversarios del FpV en las urnas eran poco menos que marionetas.

Ninguneando a los partidos políticos y enfrentando a rivales difusos, el kirchnerismo logró quedarse durante varios años con el monopolio de la política.

Si todo eso cambió desde 2011 en adelante fue porque Cristina Fernández se encerró en un micro- mundo, perdió relación con el peronismo amplio que era la columna vertebral del FpV, no quiso conducir la sucesión con la generosidad que las circunstancias ameritaban (no se animó a impulsar a nadie de su gabinete, solamente usó la carta de Florencio Randazzo para obligar a Scioli a negociar apoyo a cambio de una transfiguración de su identidad política) y, encima, pifió constantemente a la hora de tomar decisiones económicas en el último tramo de su gestión.

Hoy Macri tiene enfrente -si simplificamos- a cuatro sectores del PJ. El kirchnerismo más combativo expresado por La Cámpora, cuyo poder en el Congreso está siendo discutido por el resto de los subgrupos que aún forman parte del FpV; el massismo-delasotismo (UNA); el sector de los gobernadores del PJ que impulsaron la ruptura del bloque K (el salteño Urtubey, el pampeano Verna, el riojano Casas); y el histórico peronismo federal de los hermanos Rodríguez Saá o Juan Carlos Romero. Sólo el primero de estos grupos es percibido en la Casa Rosada como real oposición. Los demás son considerados aliados tácticos o estratégicos.

Es posible que pronto se empiece a hablar de un nuevo grupo que aglutine a gran parte de esta dirigencia justicialista con responsabilidades ejecutivas o ambiciones de protagonismo: el peronismo M (macrista), que sería como aquel radicalismo K que en 2007 se sumó al gobierno nacional de la mano de Julio Cobos y otros gobernadores radicales. El peronista macrista Monzó -que es bonaerense y no porteño- sería no sólo el nexo entre estos dirigentes del PJ sino un referente, un pionero, uno de ellos.

Frente a un escenario hipotético como éste, que surge de pensar el naciente ciclo macrista comparándolo con el kirchnerismo, la pregunta que muchos se hacen por estas horas es quién hará oposición real al Gobierno nacional. Ante un peronismo dividido, que actúa con escasa inteligencia porque no puede unirse ya que ni siquiera hace una catarsis por la derrota y distribuye culpas y responsabilidades, enfrente de Macri aparece el cristinismo duro y también los partidos de izquierda.

La preocupación por el control de la calle que tienen estos sectores está latente en el Gobierno, sobre todo porque muchas medidas económicas tomadas por el Ejecutivo golpean fuerte en el bolsillo de las clases medias y trabajadoras.

Por eso Macri apuesta a llegar a acuerdos con los gremios más poderosos -que responden todos al PJ-, los que tienen capacidad de paralizar un país como son aquellos nucleados en la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT), los mecánicos y los de la construcción, entre otros, concediéndoles la eliminación casi total del impuesto a las Ganancias para contrarrestar la pérdida de capacidad adquisitiva del salario que provocan la inflación y el tarifazo.

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