¿Son las universidades de los EEUU las mejores del mundo?

La respuesta al título es no, al menos para Kevin Carey, un especialista en educación, norteamericano, autor de un meduloso artículo aparecido en The New York Times el 28 de julio del año pasado y del cual extraemos algunos conceptos que consideramos interesantes compartir con quienes analizan la problemática educacional.

Los estadounidenses, asegura Carey, tienen una visión dividida de la educación.

Durante mucho tiempo se ha sostenido que nuestras escuelas K-12 (6 años de educación elemental y cuatro de secundaria) son mediocres mientras que nuestros colegios y universidades son de clase mundial.

Muchos estadounidenses viven preocupados acerca de cómo ingresar y poder pagar las universidades, cada vez más caras. Pero la calidad estelar de esas instituciones es sólo, al parecer, un supuesto. Un estudio multinacional reciente de las habilidades de lectura, escritura y aritmética para adultos sugiere que este punto de vista de excelencia es erróneo.

Los datos sugieren la existencia de problemas profundos en la educación norteamericana que no desaparecen por arte de magia una vez que los estudiantes ingresan a los doctos edificios con paredes cubiertas de hiedra.

La visión negativa de escuelas K-12 -expresa- ha sido muy influenciada (como en nuestro país) por las comparaciones internacionales.

La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, por ejemplo, administra periódicamente un examen llamado PISA tomado a alumnos de 15 años de edad en 69 países. Si bien los resultados varían un poco dependiendo de la materia y el grado, en ellos, los Estados Unidos nunca se ven muy bien.

El predominio internacional percibido en EEUU por su educación superior se basa en gran medida en el ranking mundial de las mejores universidades.

De acuerdo con uno reciente realizado por el Times Higher Education, en Londres -cita el autor- 18 de las 25 principales universidades del mundo son estadounidenses. Del mismo modo, el Academic Ranking of World Universities, de la Universidad de Jiao Tong (Shanghai) da 19 de 25. Hay un problema -asegura el articulista- con esta forma de pensar. Cuando el ex-presidente Obama dijo: “Tenemos las mejores universidades”, lo que no significa que “nuestras universidades son, en promedio, las mejores”. A pesar de que eso es lo que mucha gente escucha, lo que realmente dice es: “De las mejores universidades, la mayoría son las nuestras”. Para el autor, la distinción es importante.

Las clasificaciones internacionales de las universidades, por otra parte, tienen poco que ver con la educación- asegura-, concepto éste que compartimos.

Las mismas centran la ponderación de las universidades en la investigación, en el uso de indicadores como el número de ganadores del Premio Nobel, la cantidad de artículos publicados en revistas de referato y el prestigio del claustro. Una universidad podría dejar de matricular estudiantes sin que esa medida tenga efecto en su puntaje.

Vemos las escuelas y universidades de manera diferente -añade Carey- porque las medimos con dos varas distintas: el rendimiento académico de la población total de los estudiantes en un caso, el rendimiento de la investigación de un pequeño número de instituciones, en el otro.

La forma más justa de comparar los dos sistemas, entre sí y con los sistemas de otros países, se logró recién a finales de 2013, cuando la OCDE publicó la Evaluación Internacional de Competencias de los Adultos -Piaac.

En 2011 y 2012, 166.000 adultos de 16 a 65 años fueron evaluados en los países de la OCDE (la mayoría de Europa, junto con los Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón y Corea del Sur, Chipre y Rusia).

Estos exámenes -explica- contienen pruebas de alfabetización y matemáticas. Debido a que los tomadores de la prueba eran adultos, se les pidió usar esos conocimientos en contextos del mundo real. Por ejemplo, leer un artículo de noticias y un correo electrónico; o identificar la frase en cada documento que describa una crítica común a inventos recientes. La prueba también incluye una medida de “resolución de problemas en entornos ricos en tecnología”, reflejando la naturaleza del trabajo moderno.

Más de un tercio de los titulares de licenciatura no lograron alcanzar, en matemáticas, el nivel 3 en la escala Piaac de cinco niveles, lo que significa que no pueden realizar las tareas que “requieran de varios pasos y puede implicar la elección de estrategias de resolución de problemas”.

Los estadounidenses con estudios de postgrado también van a la zaga de sus pares internacionales.

Adultos estadounidenses eran octavos de la parte inferior de la alfabetización, por ejemplo. Y los graduados recientes de la universidad no se ven mejor que los antiguos. Entre las personas de 16 a 29, con un título de licenciatura o superior, EEUU ocupa el 16o de 24 en matemáticas.

Por lo tanto, no hay ninguna razón para creer que las universidades estadounidenses sean consideradas, en promedio, las mejores del mundo, afirma categóricamente Carey.

Por el contrario, Piaac sugiere que las grandes disparidades de conocimientos y habilidades presentes en los escolares estadounidenses no mejoran con la educación superior. En todo caso, se magnifican.

Mientras que los graduados universitarios estadounidenses están mucho más informados que los no graduados, creando una “sustancial disparidad salarial” para los poseedores de un título de ese nivel, se ven mediocres o peores en comparación con sus pares con estudios universitarios de otras naciones.

Será cada vez más peligroso creer -termina afirmando el autor- que sólo nuestra escuela elemental y media tienen serios problemas.

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