¿Se puede adaptar a los sistemas de cultivo intensivo?

La agricultura de precisión es una tecnología en pleno desarrollo que surgió para optimizar el manejo de cultivos extensivos, como cereales y oleaginosas.

La filosofía que la guía se sintetiza por la frase “agricultura con mapas”. Aunque sería más justo hablar de una agricultura que gestiona con sensores y mapas.

La idea surgió gracias a la tecnología de satélites, cuando se pudo mapear el desarrollo de los cultivos. Con estos mapas se verificó que, luego de aplicar dosis uniformes de insumos como semillas y fertilizantes a todo un lote, en algunos sectores se evidenciaban retornos importantes, mientras que en otros incluso se provocaban pérdidas.

Surgió la idea de que la variabilidad espacial de los cultivos era inherente al sistema y debida a diferencias mínimas del entorno (aptitud del suelo, anegamiento, malezas).

A partir de los ‘90 se desarrollaron distintos componentes que permitieron lidiar con esta variabilidad espacial, como sensores de rendimiento montados en las cosechadoras.

También, sembradoras, abonadoras y pulverizadoras de precisión que interpretaban los mapas de rendimiento y aplicaban dosis variables. Cuando a este esquema se le acopló la tecnología de posicionamiento satelital, se pudo afirmar la tendencia a la automatización.

Un logro de esta tendencia han sido los banderilleros satelitales que guían tractores y cosechadoras. Sin duda, que estas tecnologías basadas en la electrónica tienen costos importantes, pero el aporte que hacen a la rentabilidad y al sostenimiento de los recursos la justifican.

Argentina comprendió el desafío tempranamente y en la actualidad es uno de los países que más utiliza la agricultura de precisión en cultivos extensivos.

Desde hace varios años se ha intentado ajustar técnicas de precisión a cultivos intensivos, como la vid. Las experiencias han sido buenas, aunque no siempre se lograron éxitos tan espectaculares como en La Pampa.

Aunque la variabilidad espacial también existe en los frutales, los cuadros de cultivo son mucho más pequeños. Quién puede negar que un viticultor que cultiva 5 hectáreas no realice un manejo preciso.

En un sistema extensivo, con cuadros de 500 u 800 hectáreas y 5 hectáreas pueden ser la unidad de análisis espacial. De todas formas, la tecnología se ha adaptado, permitiendo, por ejemplo, el mapeo del vigor de los viñedos y no mucho más que podas y cosechas diferenciadas.

Para que esta tecnología tenga un impacto real en los frutales se requiere que en el futuro sea complementada con sensores fijos sobre las plantas y el suelo.

Esto permitiría manejos precisos y automáticos, como el riego, la fertilización y el control de heladas. En la actualidad, estos componentes están en pleno desarrollo en el ámbito de centros de investigación y en la industria. Es de esperar que su impacto sea importante en los próximos años.

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