“La literatura mendocina no existe”

Tras el cierre de la librería “Pájaros”, el autor de la nota da cuenta del vacío que deja este nodo de acción cultural.

El último viernes de septiembre cerró Pájaros, librería independiente. La única librería donde el catálogo era armado por los lectores y la vidriera mutaba en escenario para artistas locales.

Fueron tres años de accionar sostenido en la escena contracultural local, totalmente fuera de las leyes del mercado; entre muchas decisiones económicamente erradas, los gestores de este proyecto intentaron vender literatura.

Contrario a lo que marca el exitismo editorial de las cadenas de librerías, Pájaros no tenía grandes tiradas de los títulos más buscados, sino pocos ejemplares de títulos específicos. No ofrecía best sellers, sino poesía, fotografía y filosofía.  Decidió organizar fiestas para pagar el alquiler y poder seguir distribuyendo a poetas desconocidos.

"La literatura mendocina no existe" fue el leitmotiv de una intervención artística que la librería realizó durante la Feria del libro local, hace unos años. La afirmación tomó forma concreta cuando ocupó el espacio del Le Parc: junto a esta frase, aparecía un gran collage (que iba mutando semana a semana) con el rostro de distintos poetas locales.

Totales desconocidos que ninguno de los trescientos mil visitantes a esa feria (según cifras oficiales) pudo reconocer en ese identikit gigante pegado con fotocopias en el stand de la librería.

Las imágenes pertenecían a un registro de la Jornada Extenuante de Poetas, actividad organizada por la librería, donde cerca de 80 escritores mendocinos leyeron de manera continuada sus textos en la vidriera del local de Las Heras 676, ante la mirada perdida de los transeúntes que paseaban los sábados por la avenida.

La afirmación sobre la inexistencia  de las letras locales podría responder a varias cuestiones: la falta de una política cultural (y editorial) por parte del Estado, el ninguneo a escritores mendocinos por parte de los organizadores de la Feria local en ese momento (o el bruto desconocimiento por parte de esos funcionarios), la carencia de editoriales (no imprentas que tercerizan) que publicaran a esos autores, la escases  de esas producciones, la nulidad de su distribución y la ausencia de sus lectores.

Hasta tal punto convenció la afirmación en ese momento que luego se terminó haciendo oficial cuando el actual titular de Ediciones Culturales (Alejandro Frías) la usara recientemente como respuesta en una entrevista que Gisella Ferraro le hiciera en el programa Cultura al Aire.

El titular de la oficina de las letras se apropió de la frase surgida en la intervención artística y volvió a traer a la Feria del libro a ese fantasma que reflota cada cierto tiempo en la boca de los funcionarios.

Aunque la polémica puede remontarse también a los tiempos de la ya fallecida revista Serendipia, donde el narrador Búmbalo supo encrespar los pelos de los demás vernáculos de la época al expresar que la “literatura mendocina” es un humus retrógrado, como sucede con la mayoría de las literaturas “de provincia”.

Ocasionalmente, en ese suelo vasto, que oscila entre lo insípido y lo repulsivo, han crecido algunas figuras insólitas, las cuales, justamente por el valor excepcional de su escritura, se insertaron en la tradición literaria argentina, que sí tiene existencia.

Lo cierto es que la existencia de tal ente bajo esa denominación  es una falacia, un mito, una justificación o, en el más común de los casos, apenas un engaño por parte de quienes regentean cafés literarios en la zona. En ningún anaquel de este mundo (ni en el de los otros posibles) hay un cartel que indique que allí se encuentra la "literatura mendocina".

Tal linaje es un fantasma  junto al Futre o la Llorona para asustar a los niños mendocinos en los campamentos escolares.  No es un género, no aplica como gentilicio, no hay mercado para tal cosa. Si fuera una pretensión habría que preguntarse de qué va tal demanda, pero ni siquiera parece necesaria hoy la formulación de la pregunta.

La imagen se hizo patente cada vez que Pájaros migraba al Le Parc para participar de la Feria y dejaba un local vacío en el centro de Mendoza.

En esos momentos, el espacio era aprovechado por distintos artistas para realizar allí otras actividades. Algún registro de eso queda en las cuchilladas del nictógrafo Grasso, cuando desde la virtualidad de una página online pudo formular la pregunta por esa insinuación que ya ofrecía aquel espacio desplumado.

Me pregunto por el aspecto que tendrá una librería vacía. Y me respondo: el de una resplandeciente y desnuda osamenta. O una pecera luminosa. O una casa de muñecas para autistas clasemedieros.

Si vamos hablar del vacío, entonces, nada mejor que sincerarse: el naufragio, la catástrofe, fue la quemazón voluntaria de muchos en aras de un progresismo puramente ornamental, la exteriorización de los viejos/nuevos demonios patriarcales –de ellos, ellas, elles-, el lumpenaje barato carente de imaginación y el simplismo petulante encarnado en la moda de la figuración virtual. Por eso no resulta extraño que la Gran Película del Vacío tenga su secuela: la Selfie Mediocre de la Cuyanidad.

Quizás había ya en ese gesto, una señal, un símbolo, un aviso. La transparencia del local vacío comenzaba a graznar  en esas noches donde una parva de perdedores se refugiaba entre los blindexs a leer literatura a cuchillazos y tomar cerveza en frascos.

En esa misma librería se hicieron recitales de rock, presentaciones, ferias, asados, reuniones, peleas, talleres, muestras, fiestas, reuniones, hasta se grabaron discos y se armaron libros.

Sólo por eso, y más allá de ser el único lugar donde se podía conseguir literatura (en tiempos de librerías que venden electrodomésticos), es que el cierre de Pájaros no es sólo una derrota económica, sino también política.

Ya puede sentirse el silencio que dejan los pájaros cuando se van. Las llaves de una jaula que siempre estuvo abierta han regresado  a manos de la especulación de rentas. La literatura mendocina no existe, sólo hay un espacio indefendiblemente dispuesto al mejor postor. Hagan sus ofertas, la jaula  todavía está tibia.

Manual del perdedor ilustrado

Bustamante Ríos, gestor de Pájaros,  deja  en claro algunas de las claves de la derrota económica y un muestrario de  decisiones políticas, afectivas y estéticas de una lucha contracultural. Radiografía de un avis raris: 
1. "No nos interesaba el libro como un fetiche de mercancía".
2. "Es una librería a la que hay que venir a bucear, a buscar, tomarse el tiempo. No es una farmacia".
3. "La librería siempre tuvo vocación de ser un espacio que se habitara".
4. "La necesidad fue creando el órgano, fueron los mismos poetas, artistas plásticos, músicos los que fueron acercándose a ver la posibilidad de desarrollar ciertos eventos en la librería".
5. "No importaba la rentabilidad económica sino que todo radicaba en la construcción del espacio y su sobrevivencia en la ciudad".

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