La greguería en las letras mendocinas: Vicente Nacarato

Algunos de los poetas de la vanguardia mendocina acudieron como cauce expresivo para sus creaciones a una forma poética también frecuentada por sus colegas españoles: la greguería. El más destacado fue el autor de “Luces de Bengala”.

A la izquierda, retrato de Vicente Nacarato por Roberto Azzoni. A la derecha, el español Ramón Gómez de la Serna.
A la izquierda, retrato de Vicente Nacarato por Roberto Azzoni. A la derecha, el español Ramón Gómez de la Serna.

Algunos de los poetas de la vanguardia mendocina acudieron como cauce expresivo para sus creaciones a una forma poética también frecuentada por sus colegas españoles: la greguería, forma si no inventada al menos bautizada por Ramón Gómez de la Serna, y que Gonzalo Torrente Ballester (Panorama de la literatura española contemporánea, 1956, p. 303) conceptúa como “el resultado de una intuición que adivina la singularidad absoluta de los objetos y la expresa en un aforismo por medio de una comparación, de una imagen o de una metáfora sustantiva o adjetiva, destacando ante todo el matiz humorístico del objeto”. Por su parte, Gómez de la Serna acuña para definirla una fórmula muy breve: “humorismo + metáfora = greguería”.

Sean calificadas o no como “greguerías” pueden calificarse como tales las Concéntricas de Sixto Martelli, a las que nos referimos en una nota anterior, que el autor parece considerar “aforismos”. En cambio, el que recurre al término es Vicente Nacarato, quien subtitula así el conjunto de textos breves incluidos bajo el título “Luces de Bengala” en Megáfono, un film de la literatura mendocina de hoy (1929), el libro más representativo de la renovación literaria de las primeras décadas del siglo XX (por el amplio espectro de poetas que incluye, aunque no todas las colaboraciones puedan considerarse estrictamente vanguardistas).

Vicente Nacarato, como señala Dolly Sales (Panorama de las letras y la cultura en Mendoza, Tomo IV, 2023, p. 378), nació en Mendoza en 1897; inició estudios primarios pero debió abandonar la enseñanza sistemática para trabajar. Sin embargo, “su avidez de conocimiento lo transformó en un verdadero autodidacta: Aunque debió abandonar el colegio para trabajar por necesidad, Nacarato fue lector empedernido, acudió a los libros incansablemente y adquirió una sólida cultura” (Los Andes, 1970).

Según testimonio de su hija, vivió en Mendoza la mayor parte de su vida, también en Bariloche y Buenos Aires. Fue un hombre con una fuerte vocación artística. Estudió pintura hasta 1922, fecha en la que inicia su vida literaria con una novela breve La sortija. Sin embargo, nunca abandonó la pintura sino que ambas actividades se complementaron y enriquecieron mutuamente: “Si no pudiera crear, no querría seguir viviendo. El arte es mi razón vital profunda” (cf. Nacarato, N., 2005).

Su obra poética comprende los siguientes títulos publicados, más algunos inéditos: Carrousel de la noche (1931), Rumor de acequia (1933), Sol indio (1940), Los signos del silencio (1944), Antología poética (1927-1944), de 1950, y Caracol del Limbo (1964). En prosa publicó unas memorias o evocaciones: Interludio mendocino (1946); apotegmas, glosas y greguerías bajo el título La Candela encendidaY el río pasa (1964) y dos colecciones de cuentos y microrrelatos: Las órbitas activas (1967) y El tiempo detenido (1970).

A partir de 1928, participa en Megáfono, revista oral, difundida a través de la radiofonía, “una especie de antología de la poética mendocina que reunía a un grupo de escritores que proponía una lírica novedosa para el momento” (Sales, 2023, p.378). Nacarato figura también en el volumen colectivo mencionado anteriormente.

Precisamente, Arturo Andrés Roig considera su poemario Pájaros heridos (1927) como punto de arranque del vanguardismo mendocino, aun cuando no sea estrictamente vanguardista, como sí lo son las colaboraciones de Nacarato incluidas en Megáfono.

En efecto: estas breves prosas confiesan desde la primera línea tanto su filiación como su intención humorística: “Gómez de la Serna es la gran comadre del conventillo universal: conoce los secretos de todas las cosas (1929, p. 19). La voluntad de crear imágenes sorprendentes, originales, se pone de manifiesto también en estas páginas: “Las estrellas son los poros por donde respira el universo” (p. 20); o el descubrimiento afinidades insólitas: “Una vertical es la vida. Una horizontal la muerte […]” Las dos binomian la cruz” (p. 21). La forma breve es vehículo también de reflexiones tales como “El arte es lo divino; la naturaleza, lo salvaje. Wilde tenía razón: la naturaleza copia al arte” (p. 21).

El conjunto incluye también textos más extensos, que dan pie, por ejemplo, a la introducción de motivos ciudadanos (uno de los temas frecuentados por la vanguardia) con su consiguiente atmósfera de ruido y velocidad y las sensaciones consiguientes en los transeúntes: “Pasa la ambulancia -como un grito de angustia- abriéndose espacio por las calles. La bocina gime el anónimo dolor del accidentado que va dentro del coche. Su grito electrizante, con algo de humano, se nos mete por los oídos produciendo una escalofriante sensación de pánico” (p. 23).

En esta mirada particular sobre la ciudad recurre con frecuencia a la comparación y a la personificación con intención de plasmar una visión inédita de lo observado: “El cartel de propaganda se asoma desde la ventana, de la pared donde está pegado y detiene al transeúnte, como lo hiciera una ramera, dando la cita consabida (Es de suponer que el cartel da la cita para la casa de comercio de que es propagandista). Hay otros que son como alcancías donde se deposita la moneda de unos minutos de atención” (p. 24).

Pero también la intención humorística, el ánimo juguetón puede dar paso a un talante reflexivo, por ejemplo, “Nada más lúgubre que el ladrido de los perros en la alta noche. Sus aullidos quejumbrosos aumentan la noche con ecos siniestros. Se piensa en la muerte […]” (p. 21); tono no exento de melancolía, como por ejemplo cuando el poeta describe su cuarto, con las paredes cubiertas de anaqueles y libros, que “tienen aspecto de rostros aprisionados; caras serias de los filósofos; caras tristes y pálidas de poetas; caras cínicas de cronistas picarescos; caras monjiles de místicos ascetas” (p. 25).

Resumiendo: estos textos breves (aunque algunos de ellos consten de dos párrafos o más) que Nacarato incluye bajo el sugerente título de “Luces de Bengala”, con el evidente propósito de sugerir un chisporroteo, una luz instantánea y fugaz que arroje una mirada inédita y personal sobre la realidad, y que -también significativamente- subtitula “greguerías”, participan -sin ser totalmente “vanguardistas”- de esos aires renovadores que se registran en la lírica mendocina en las primeras décadas del siglo XX.

Este primer conato vanguardista de la década del XX, si bien no dio frutos demasiado memorables (habría que esperar por ejemplo, la madurez expresiva de Jorge Enrique Ramponi o el “Advenimiento” de Abelardo Vázquez), constituye igualmente un capítulo interesante y no demasiado conocido, salvo por los trabajos de Gloria Videla de Rivero (cf., por ejemplo, “Notas sobre la literatura de vanguardia en Mendoza: el grupo Megáfono”, 1985) de nuestra historia literaria.

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